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jueves, 13 de octubre de 2011

CARTA ABIERTA A UN HERMANO SEPARADO


Queridos hermanos:


Aquí les envío una carta que escribí pensando en un hermano separado:


«Antes que nada quiero decirte, sinceramente, que te considero como un verdadero hermano mío, y que te aprecio y te admiro por muchas cosas buenas que he visto en ti y en tu iglesia.


Admiro tu deseo de dar a conocer a Cristo y tu entrega... De veras que muchas veces he sentido en mi corazón una santa envidia por tu celo apostólico.


Naturalmente, hay también ciertas cosas que no me gustan en tu actuación.
De esto he hablado en varias de mis cartas anteriores.
De todos modos,
¿en qué familia no hay problemas o malentendidos?


Lo que quiero aclarar ahora es esto: «Te admiro y te aprecio como un verdadero hermano en Cristo».


En realidad, lo que nos une es bien profundo:


-Tú y yo creemos igualmente en el mismo Dios, Creador, Providente y Padre amoroso.
Y esto, de por sí, ya es mucho en un mundo tan materialista y lleno de pesimismo.


-Tú y yo creemos igualmente en Jesucristo como «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn.14, 6), el único Salvador, Señor y Mediador entre nosotros y el Padre.


-Los dos amamos igualmente y estudiamos la Biblia, tratando de descubrir en ella la voluntad de Dios.


Hay muchas otras cosas más que nos unen.
Pero he querido subrayar solamente las más importantes, para que nos demos cuenta de que, en lugar de fijarnos en lo que nos divide, aprendamos a fijarnos mejor en lo que nos une, para tratar de vivir el mandamiento nuevo que nos dejó Jesús, con sinceridad y sin exclusivismos: «Amense unos con otros, como yo los amo a ustedes» (Jn15,12).


Estamos separados


Pero por desgracia, no estamos completamente unidos.
El pecado nos ha dividido.
Hemos desgarrado el cuerpo de Cristo.
Cristo está roto por nuestra culpa y por la culpa de nuestros mayores.
El adversario nos ha ganado.


En lugar de luchar juntos para mejorar la Iglesia, cada uno ha querido hacerlo a su modo, apartándose del hermano.
El sueño de Cristo, expresado con tanta insistencia en la vigilia de su pasión y muerte, se ha esfumado:


«Que todos sean uno,


como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti.


Sean también ellos uno en nosotros:


así el mundo creerá


que tú me has enviado»


(Jn.17,21)


Y como consecuencia, a causa de nuestras divisiones, muchos llegan a rechazar a Cristo y a odiar cualquier religión, privándose así de esta gran riqueza.
A causa de nuestras divisiones nuestros pueblos están internamente divididos y debilitados en su espíritu comunitario.
Y todo esto, ¡por nuestra culpa! ¡Qué gran responsabilidad tenemos frente al mundo, por nuestras divisiones! «Así el mundo creerá que Tú me has enviado» (Jn.17,21), dijo Jesús.
Y
¿cómo va a creer si estamos desunidos?


Al estar nosotros divididos, muchos no creen en Cristo, de modo que, en lugar de ser un signo de que Cristo es el enviado de Dios, representamos, mediante nuestra división, una piedra de tropiezo para los que quisieran acercarse a El.
Muchos piensan: «Quiero buscar a Dios, a lo mejor el cristianismo me da la clave. Pero... Otro le contesta: Fíjate que ¡los mismos cristianos están divididos entre sí y se odian!... Mejor busco por otro lado».
Y puede ser que dejen de buscar para siempre, decepcionados de todo y de todos.


Y este problema de la división ya apareció desde el principio, viviendo todavía los apóstoles.
De modo que no le podemos achacar la culpa a una determinada persona o institución.
De por sí el hombre es pecador y tiende a apartarse de Dios y de su hermano.
Puede ser por envidia, orgullo, intereses personales, etc. para formar un grupo aparte y sentirse superior.
Todo lo demás es puro pretexto. En realidad, la voluntad de Cristo es muy clara: «Que todos sean uno» (Jn. 17, 21).
El que se aparta, para formar otro grupo, tiene que saber claramente que se está portando mal, poniéndose en contra de la voluntad clara de Cristo. Jesús quiere la unidad de todos los que creen en su nombre.
La división viene del pecado y del demonio.


«Cada uno va proclamando:


Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo,


yo soy de Pedro, yo soy de Cristo


¿Acaso está dividido Cristo?»


(1Cor.1,12-13).


«Hijitos míos, es la última hora, y se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; en realidad, ya han venido varios anticristos, por donde comprobamos que ésta es la última hora. Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros.
Si hubieran sido de los nuestros, se habrían quedados con nosotros.
Y al salir ellos, vimos claramente que entre nosotros no todos eran de los nuestros» (1Jn. 2, 18-19).


A Dios el juicio


Hermano en Cristo: Recuerda que no es mi intención ofenderte.
Solamente quiero que reflexiones en forma más detenida sobre la cita bíblica anterior.
Si crees que no viene al caso para ti, no te preocupes.
Entonces esta reflexión podrá servir para otros.


Muchos dicen: «Cuando yo era católico, era malo, me emborrachaba, le pegaba a mi mujer, etc. Cuando dejé la religión católica y entré en esta nueva religión, encontré a Cristo y cambié de vida».


Ahora mi pregunta es la siguiente y quisiera que la respondieras con toda sinceridad: «Antes de cambiar de religión,


¿conocías de veras el catolicismo?


Y si lo conocías,
¿tratabas de vivirlo?
¿O tal vez abandonaste el catolicismo antes de haberlo conocido y vivido?


No quiero juzgarte ni culparte de nada.
Para mí las palabras de Jesús:«No juzguen y no serán juzgados» (Lc. 6, 37), son ley.
Quiero solamente decirte esto: Si antes de conocer y vivir el catolicismo cambiaste de religión: «Tú no eras de los nuestros.
Si hubieras sido de las nuestros, te habrías quedado con nosotros.
Al salirte, vimos claramente que entre nosotros no todos eran de los nuestros» (1 Jn. 2, 19).


Y este problema sigue todavía.
A causa de tantos malos ejemplos presentes en la Iglesia, a falta de buenos evangelizadores y frente a la triste realidad de una masa que se llama católica, carente de instrucción y vivencia cristiana, muchos se aprovechan para desacreditarla y sacar gente para sus distintos grupos.


¿Lo hacen con sinceridad?
¿Por interés? ¿Por orgullo?
¿Por odio en contra de la Iglesia Católica?
¿Por motivos políticos, tratando de adormecer las conciencias y así detener la marcha de la Iglesia Católica en favor de los derechos fundamentales de la dignidad del hombre y de la igualdad de todos los pueblos?


Yo creo que hay de todo.
Sólo Dios conoce el corazón del hombre y sabe por qué razones actúa cada cual.


Mi intención es ponerte en guardia, para que no creas fácilmente a cualquier persona que te hable muy bonito de Cristo, persiguiendo otros fines, reconocidos abiertamente o no.


Tú obedece a tu conciencia. Si estás convencido de que andas bien, sigue adelante según tu conciencia y sin temor.
Dios juzga el corazón.
Si eres sincero contigo mismo y buscas la verdad, no tengas miedo.
Dios te ayudará.
Ora mucho y sigue buscando la voluntad de Dios.
Tal vez estas cartas que escribo te podrán ayudar en algo.


Que Cristo sea conocido


No obstante lo anterior, yo, por mi parte, sigo siendo optimista.
Me doy cuenta perfectamente de que para algunos «la religión es puro negocio» (1 Tim. 6, 5).
Me doy cuenta que algunos viven de lo que otros cooperan.


En realidad, «el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tim. 6, 10).
Sin embargo, lo que más importa es que Cristo sea conocido, aunque se trate de un Cristo roto y con verdades a medias.
Algo es algo.
Claro que me gustaría que estuviéramos todos unidos y predicáramos al mismo Cristo con amor hacia todos, dando testimonio de aquel Reino de paz y justicia, que Cristo vino anunciar y empezó a implantar en este mundo. Pero... hay que ser realistas.
Es un hecho que somos pecadores y que no logramos hacer las cosas a la perfección.
A este propósito recuerdo las palabras de San Pablo: «Algunos son llevados por la envidia y quieren hacerme la competencia, pero, al fin,
¿qué importa que unos sean sinceros y otros hipócritas?
De todas maneras, se anuncia a Cristo y eso me alegra, y seguiré alegrándome» (Fil1,15-18).


Se llegará a la unidad


A pesar de las fuerzas destructoras y los fanatismos que operan en este mundo, estoy convencido de que el sueño de Cristo se va a realizar algún día. La verdad tiene que abrirse paso; si somos dóciles a los impulsos del Espíritu, se llegará a la unidad:


«Yo soy el Buen Pastor:


conozco mis ovejas


y ellas me conocen a mí.


Tengo otras ovejas,


que no son de este corral.


A ellas también las llamaré


y oirán mi voz:


y habrá UN SOLO REBAÑO,


como hay un solo pastor»


(Jn. 10,14-16)


Así pues, adelante, hermano, con fe en estas palabras de Jesús.
Un día llegaremos a formar una sola Iglesia todos los creyentes en Cristo.
Tratemos de luchar para que este día no sea muy lejano.


Quiero terminar esta carta con las palabras de un pastor protestante:


«No te conformes nunca con el escándalo de la separación de los cristianos que tan fácilmente proclaman el amor al prójimo pero siguen viviendo separados.
Busca ardientemente la unidad del Cuerpo de Cristo» (Pastor Roger Schultz).


El Mesías Verdadero


al darles la Comunión


dijo vivan en unión


hasta el último momento.


Este es mi testamento


no me lo hagan al revés


tengan un solo querer


perseveren bien unidos


no se olviden mis amigos


de cumplir este deber


Hoy después de dos mil años


esta es la pura verdad


se perdió aquella unidad


que el Señor dejó ordenado.


El nos llama a reencontrarnos


en amor y santa unión


busquemos de corazón


aquella unidad perdida


y sanemos las heridas


que causó la división.

miércoles, 12 de octubre de 2011

LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN


La Biblia y la Tradición


Queridos hermanos:


A menudo los hermanos evangélicos, discutiendo con nosotros los católicos, nos dicen:
«¿Dónde habla la Biblia del purgatorio?
¿Dónde dice la Biblia que San Pedro fue a Roma?
¿De dónde sacan ustedes los católicos eso de que María es la Inmaculada Concepción y que subió al cielo en cuerpo y alma?».


Para los evangélicos, la Revelación Divina y la Biblia son lo mismo.
Es decir, para ellos solamente en la Biblia se encuentra toda la Revelación de Dios.


Ahora bien:
¿Es correcta esta posición?
¿Es cierto que la Biblia contiene todo el Evangelio de Cristo?
¿Qué dice la misma Biblia al respecto?
Además,
¿quién reunió todos los libros inspirados que constituyen la Biblia?
¿Acaso no fue la Iglesia la que recibió el encargo de predicar el Evangelio por todo el mundo, hasta el fin de los tiempos?
¿Qué hubo primero: la Biblia o la Iglesia?


Hermanos, en esta carta les explicaré por qué la Revelación Divina no abarca solamente la Biblia, como piensan los evangélicos, sino que la Revelación de Dios se manifiesta en la Tradición Apostólica y en la Biblia.
Es un tema un poco difícil, pero fundamental para la comprensión correcta de la fe católica.
Es un tema que ha sido causa de muchos malos entendidos entre la Iglesia Católica y las distintas iglesias evangélicas.


1. La Revelación Divina:


La Revelación es la manifestación de Dios y de su voluntad acerca de nuestra salvación.
Viene de la palabra «revelar», que quiere decir «quitar el velo», o «descubrir».


Dios se reveló de dos maneras:


1) La Revelación natural, o revelación mediante las cosas creadas.
Dice el apóstol Pablo: «Todo aquello que podemos conocer de Dios El mismo se lo manifestó.
Pues, si bien a El no lo podemos ver, lo contemplamos, por lo menos, a través de sus obras, puesto que El hizo el mundo, y por sus obras entendemos que El es eterno y poderoso, y que es Dios» (Rom 1,19-20).


2) La Revelación sobrenatural o divina.
Desde un principio Dios empezó también a revelarse a través de un contacto más directo con los hombres, mediante los antiguos profetas y de una manera perfecta y definitiva en la persona de Cristo Jesús, el Hijo de Dios.
«En diversas ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres, por medio de los profetas, hasta que, en estos días que son los últimos, nos habló a nosotros por medio de su Hijo» (Heb.1,1-2).
Jesús nos reveló a Dios mediante sus palabras y obras, sus signos y milagros; sobre todo mediante su muerte y su gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu Santo sobre su Iglesia.
Todo lo que Jesús hizo y enseñó se llama «Evangelio», es decir, «Buena noticia de la Salvación».


2. ¿Cómo fue transmitida la Revelación Divina?


Para llevar el Evangelio por todo el mundo, Jesús encargó a los apóstoles y a sus sucesores, como pastores de la Iglesia que El fundó personalmente:


«Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautíncenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado.
Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo» (Mt. 28,18-20).


Aquí notamos cómo Jesús ordenó «predicar» y «proclamar» su Evangelio.
Y de hecho los Apóstoles «predicaron» la Buena Nueva de Cristo.
Años después algunos de ellos pusieron por escrito esta predicación.
Es decir, al comienzo la Iglesia se preocupó de predicar el Evangelio.
Por supuesto el Evangelio que Jesús entregó a los Apóstoles no estaba escrito.
Jesús no escribió nunca una carta a sus Apóstoles; su enseñanza era solamente oral.
Así lo hicieron también los Apóstoles.


3. La Tradición Apostólica


Este mensaje escuchado por boca de Jesús, vivido, meditado y transmitido oralmente por los Apóstoles, se llama «la Tradición Apostólica».


Cuando aquí hablamos de la Tradición» (con mayúscula), nos referimos siempre a la «Tradición Apostólica».
No debemos confundir «la Tradición Apostólica» con la «tradición» que en general se refiere a costumbres, ideas, modos de vivir de un pueblo y que una generación recibe de las anteriores.
Una tradición de este tipo es puramente humana y puede ser abandonada cuando se considera inútil.
Así Jesús mismo rechazó ciertas tradiciones del pueblo judío: «Ustedes incluso dispensan del mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres» (Mc.7,8).


La Tradición Apostólica se refiere a la transmisión del Evangelio de Jesús.
Jesús, además de enseñar a sus apóstoles con discursos y ejemplos, les enseñó una manera de orar, de actuar y de convivir.
Estas eran las tradiciones que los apóstoles guardaban en la Iglesia.
El apóstol Pablo en su carta a los Corintios se refiere a esta Tradición Apostólica: «Yo mismo recibí esta tradición que, a su vez, les he transmitido» (1 Cor. 11, 23).


Resumiendo, podemos decir que Jesús mandó «predicar», no «escribir» su Evangelio.
Jesús nunca repartió una Biblia.
El Señor fundó su Iglesia, asegurándole que permanecerá hasta el fin del mundo.
Y la Iglesia vivió muchos años de la Tradición Apostólica, sin tener los libros sagrados del Nuevo Testamento.


4. La Biblia


Solamente una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y otros evangelistas de su generación.


Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento (NT), que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús.


«Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros», nos dice el apóstol Juan (Jn. 21,25).


La Sagrada Escritura, y especialmente el NT, es la Palabra de Dios, que nos manifiesta al Hijo en quien expresó Dios el resplandor de su gloria (Heb.1,3).


Podemos decir que sólo la parte más importante y fundamental de la Tradición Apostólica fue puesta por escrito.
Por esta razón la Iglesia siempre ha tenido una veneración muy especial por las Divinas Escrituras.


5. Biblia y Tradición


Después de esto podemos decir que la revelación divina ha llegado hasta nosotros por la Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura.
No debemos considerarlas como dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios.
El Concilio Vaticano II lo describe muy bien: «La Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia el mismo fin».
La Tradición y la Escritura están unidas y ligadas, de modo que ninguna puede subsistir sin la otra.


Además, la Sagrada Escritura presenta la Tradición como base de la fe del creyente: «Todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me han visto hacer, háganlo» (Fil.4,9).
«Lo que aprendiste de mí, confirmado por muchos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros» (2. Tim. 2,2).


«Hermanos, manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).


Está claro que el Apóstol Pablo, para confirmar la fe de los cristianos, no usa solamente la Palabra de Dios escrita, sino que recuerda también de una manera muy especial la Tradición o la predicación oral.
Para el Apóstol las formas de transmisión del Evangelio: Sagrada Escritura y Tradición, tienen la misma importancia.
En realidad, una vez que se escribió el NT no se consideró acabada la Tradición Apostólica, como si estuviera completa la Revelación Divina. La Biblia no dice eso; en ninguna parte está escrito que el cristiano debe someterse ¡sólo a la Biblia! Esta es una idea que surgió entre los protestantes recién en los años 1550.
En la Iglesia Católica hubo siempre una conciencia clara sobre la importancia de la Tradición Apostólica, sin quitar a la Biblia el valor que tiene.


6. ¿Sólo la Biblia?


Es un error creer que basta la Biblia para nuestra salvación.
Esto nunca lo ha dicho Jesús y tampoco está escrito en la Biblia.
Jesús, reitero, nunca escribió un libro sagrado, ni repartió ninguna Biblia.
Lo único que hizo Jesús fue fundar su Iglesia y entregarle su Evangelio para que fuera anunciado a todos los hombres hasta el fin del mundo.
Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se escribió y fue aceptado el N.T., bajo su autoridad apostólica.
Además la Iglesia vivió muchos años sin el N.T., el que se terminó de escribir en el año 97 después de Cristo.
Y también es la Iglesia la que, en los años 393-397, estableció el Canon o lista de los libros que contienen el N.T.


Por tanto, si aceptamos solamente la Biblia,
¿cómo sabemos cúales son los libros inspirados?
La Biblia, en efecto, no contiene ninguna lista de ellos.
Fue la Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la lista de los libros inspirados.
Supongamos que se perdiera la Biblia, en ese caso la Iglesia seguiría poseyendo toda la verdad acerca de Cristo, la cual hasta la fecha ha sido transmitida fielmente por la Tradición, tal como lo hizo antes de escribir el NT.


Los evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo considerablemente el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos esta ley de oro que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando fielmente la Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).


7. El Magisterio de la Iglesia


La Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia.
Ahora bien el oficio de interpretar correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia.
Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo.
Este Magisterio, según la Tradición Apostólica, lo forman los obispos en comunión con el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.


El Magisterio no está por encima de la Revelación Divina, sino que está a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido.
Por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la Iglesia lo escucha devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.


Los fieles, recordando la Palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.
El Magisterio de la Iglesia es un guía seguro en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que nadie puede interpretar por sí mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).


El Magisterio de la Iglesia orienta también el crecimiento en la comprensión de la fe.
Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la comprensión de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia cuando los fieles meditan la fe cristiana y comprenden internamente los misterios de la Iglesia.
Es decir, el creyente vive la palabra de Dios en las circunstancias concretas de la historia y hace cada vez más explícito lo que estaba implícito en la Palabra de Dios.


En este sentido la Tradición divino-apostólica va creciendo, como sucede con cualquier organismo vivo.


Este es precisamente el significado que hay que dar a las definiciones dogmáticas, hechas por el Magisterio de la Iglesia.


Conclusión:


1. Resumiendo, podemos decir que la Iglesia no saca solamente de la Escritura la certeza de toda la Revelación Divina.


2. La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de Dios, en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.


3. El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los obispos en comunión con el Papa.


4. La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan de Dios, están íntimamente unidos, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros.
Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de los hombres.





EL CELIBATO POR EL REINO


El celibato por el Reino


Queridos hermanos:


El otro día un caballero me dijo que los curas están equivocados en no casarse, porque la Biblia dice que Dios bendijo al hombre y a la mujer, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra».


Le contesté que, en verdad, este texto aparece en el Antiguo Testamento (Gén. 1, 28); pero que los católicos no nos debemos quedar anclados en el Antiguo Testamento.
Nosotros somos hijos del Nuevo Testamento, y ahí hay claras indicaciones a favor de la virginidad religiosa.
Además Jesús mismo no se casó para así poder entregarse totalmente a su Padre y anunciar su Mensaje.
También tenemos el ejemplo del apóstol Pablo y otros más.


Queridos hermanos, en esta carta quiero explicarles por qué las religiosas y los religiosos no se casan.
Les hablaré desde la Biblia y desde mi propia experiencia religiosa.
Sé muy bien que muchos no encuentran valor alguno en el no casarse, y también un hombre no casado a veces hasta es mal visto en nuestra propia cultura.


Además ante el mundo moderno, que predica la libertad sexual y el erotismo asfixiante, parece ser un disparate hablar de la castidad religiosa.
La televisión, el cine, la literatura y la propaganda callejera proclaman todo lo contrario.


A pesar de todo, los invito a leer con mucha atención esta carta acerca del celi-bato religioso. No lo invento yo, sino que está todo en la Biblia.


En verdad, el hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con vistas al matrimonio: Dios creó al ser humano como hombre y mujer, «y vio Dios que era bueno». (Gén. 1, 27, 31).
Y sin embargo, hay hombres y mujeres cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría, renuncian de por vida al matrimonio.
Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos» (Mt. 19,12).
Este estado de vida lo indicamos con los términos: «castidad consagrada», o «celibato religioso», o «virginidad cristiana».
Y el que renuncia a ese gran valor humano del matrimonio, lo hace para seguir el ejemplo y el consejo evangélico de Jesús.
A quienes profesan de por vida este estado, se les da el nombre de «religiosos», «religiosas», (o monjitas) y sacerdotes.


1 ¿Qué nos enseña la Biblia?


El Pueblo de Dios del Antiguo Testamento apreciaba mucho el matrimonio y cada familia israelita deseaba tener muchos hijos como bendición de Dios (Gén. 22, 17).
Y la virginidad, o el no tener hijos, equivalía a la esterilidad, la cual era una humillación y una gran vergüenza (Gén. 30, 23; 1 Sam. 1,11; Lc. 1, 25).


Generalmente, en el Antiguo Testamento no hay aprecio por la virginidad como estado de vida.
Recién en el Nuevo Testamento encontramos el estado de virginidad por motivos religiosos:


1.Jesús mismo, que permaneció sin casarse, fue quien reveló el sentido y el carácter sobrenatural de la virginidad: «Hay hombres que se quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos.
El que puede aceptar esto, que lo acepte» (Mt. 19,12).
La expresión «por causa del Reino de los Cielos» confiere a la virginidad su carácter religioso y es así un signo de la Nueva Creación que irrumpe ya en este mundo, es decir, es un signo anticipado del mundo que vendrá.


2. El Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya había algunos creyentes que vivieron como vírgenes por un tiempo para dedicarse a la oración. (1Cor. 7, 5).
También dice el Apóstol que el cuerpo no está sólo destinado para la unión sexual, sino también para dar testimonio de Dios: «El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder...


¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor. 6,13-15).


Y en otra parte Pablo habla de la virginidad como un estado mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor: «El hombre casado está dividido, y tiene que agradar a su mujer; pero los que permanecen vírgenes no tienen el corazón dividido, sino que están consagrados a Dios tanto en cuerpo como en espíritu: ellos viven sirviendo al Señor con toda dedicación». (1 Cor. 7, 32-35).
Esto no es un mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor. 7, 25), sino un llamado personal de Dios, un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor. 7,7) y, como dice Jesús, esto no todos lo pueden entender.


3. La virginidad es un signo del mundo que vendrá. Los que permanecen vírgenes en este mundo están despegando de este mundo (1 Cor. 7, 27) y esperan al Esposo y al Reino que ya vienen, según la parábola de las diez vírgenes (Mt. 25, 10).
Su vida, su virginidad, es un «signo permanente» del mundo que vendrá, es signo visible del estado de resurrección, de la nueva creación, del mundo futuro donde no habrá matrimonio, y donde seremos semejantes a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc. 20, 35-36).


2. El ejemplo de Jesús, María y de Pablo


1. Jesús mismo no se casó, no tuvo hijos, no hizo una fortuna.
El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el moho ni la polilla.
El, que no tuvo mujer, ni hijos, era hermano de todos y entregó su vida por todos.
Además, Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo hasta lo último.
Al joven rico, no le pidió solamente que cumpliera los mandamientos de la ley; le pidió un despojo total para seguirlo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás riquezas en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt. 19, 21).
«Todos los que han dejado sus casas, o sus hermanos o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o bienes terrenos, por causa mía, recibirán la vida eterna» (Mt. 19, 29).
«Si alguien quiere salvar su vida, la perderá; pero él que la pierda por mí, la salva-rá» (Lc. 9, 24; Lc. 14, 33).
2. María, la Madre de Jesús, es la única mujer del Nuevo Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el nombre de «virgen» (Lc. 1, 27; Mt. 1, 23).
Por su deseo de guardar su virginidad (Lc. 1, 34), María asumía la suerte de las mujeres sin hijos, pero lo que en otro tiempo era humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Lc. 1, 48).
Desde antes de su concepción virginal, María tenía la intención de reservarse para Dios.
En María apareció en plenitud la virginidad cristiana.
3. El Apóstol Pablo, un hombre apasionado por predicar el mensaje de la salvación, no quiso, como los predicadores de su tiempo, ir acompañado de una esposa (1 Cor. 9, 4-12).
Además Pablo invitó a otros a seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente quisiera que todos fueran como yo» (1 Cor. 7, 7).
El Apóstol vio que su vida como célibe le daba mayor disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la predicación.
Vio que el celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y de sus hermanos. (1 Cor. 7, 35).
Seguramente los apóstoles y muchos discípulos siguieron esta forma de vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido» (Mt. 19, 27).


3. ¿Cuál es el motivo fundamental para optar por una vida sin casarse?


Después de todo, podemos decir que el celibato religioso brota de una experiencia muy especial de Dios.
El no casarse en sentido evangélico es fruto de una profunda fe y de una experiencia de que Dios entra en la vida del hombre o de la mujer.
Es el Dios vivo, que deja huellas en una persona.
Es el Dios, Padre de Jesucristo, que ha seducido a algunas personas de tal manera, que ellos dejan todo atrás y van como enamorados detrás de Jesús.
El hombre célibe religioso es una persona «seducida por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (Jer. 20, 7).
Desde el momento que llega Dios a la vida del religioso todo cambia.
El hombre religioso deja todo atrás, aun el amor humano, porque simplemente ha llegado el Amor.
Dios vuelve a ser el «único amor», es como si de improviso aparece el sol y se apagan las estrellas... Dice la Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de mi herencia, mi copa. Me ha tocado en suerte la mejor parte, que Dios mismo me escogió» (Salmo 16, 5-6).


La religiosa y el religioso hacen aparecer a Dios como «amor».
Con su oración y su silencio quieren llegar a la fuente de todo amor que Dios ha manifestado en su Hijo Jesucristo.
Quieren permanecer en celibato a fin de estar más disponibles para servir a sus hermanos y para entregarse totalmente al amor de Cristo.
No hay nada más bello, nada más profundo, nada más perfecto que Cristo.
He aquí el último núcleo de una vida célibe por el Reino de los Cielos.


4. La castidad consagrada no es una vida sin amor


El religioso es sobre todo un hombre de Dios, un hombre para Dios, un hombre que ve en todas las cosas la presencia amorosa de Dios.
Es un «especialista de Dios».


El religioso, con su voto de castidad, no opta por un camino de egoísmo, ni tampoco desprecia la sexualidad o el matrimonio.
No hace un voto de «desamor», sino un voto de radicalismo en el amor: en su experiencia de amor descubre por in-tuición una dimensión más abierta y reclama un amor absoluto en toda su vida.


El voto de castidad, ciertamente, es una renuncia a la expresión genital de la sexualidad, característica de la vida matrimonial; pero el voto de castidad no implica ninguna renuncia al amor.
Es un voto que expresa una superabundancia de amor radical que trasciende la carne y la sangre.
Para el religioso no es posible amar a Dios, sin amar a los hombres sus hermanos.


5. El religioso no renuncia a la personalidad masculina o femenina


Aunque las posibilidades sexuales no se ejercitan, sin embargo una religiosa enfermera o una religiosa maestra desempeña un trabajo «como mujer» con sus cualidades de ternura y bondad; y un religioso misionero actúa «como hombre» con su vigor, con su amor por la verdad y con sus cualidades de corazón.


Es un hecho significativo que Jesús fuera varón íntegramente y que como varón nos predicó la Buena Nueva.
Fue muy significativo que María, como mujer, supiera acoger al Salvador y como madre presentara su Hijo al mundo entero.
Dios mismo eligió a María como mujer y como Madre para ser puente entre el cielo y la tierra.
Los religiosos no viven su virginidad sin su personalidad masculina o femenina.


Ellos tratan, con su consagración a Dios y con libertad de espíritu, de ser fecundos de una manera que a menudo no es posible para los demás. Muchas veces vemos cómo el niño huérfano, el drogadicto perdido, el enfermo aislado, la anciana abandonada encuentran en la religiosa a una verdadera madre.
Muchas veces el jo-ven angustiado, el hombre fracasado, un pueblo desorientado, encuentran en un religioso a un verdadero padre.


6. Una tradición cristiana desde el Nuevo Testamento


Desde el comienzo de la Iglesia apareció este carisma del celibato consagrado en la historia humana.
Estos carismas del celibato religioso han sido expresiones de la libertad del Espíritu Santo que durante 2.000 años ha enriquecido la historia de la Iglesia.
Por inspiración del Espíritu de Dios, los religiosos se sienten empujados a ser testigos del amor divino, y sólo el amor de Dios puede amar más libremente a todos los hombres, y especialmente a los más humildes.


El celibato religioso nunca ha manifestado un desprecio por el matrimonio.
El celibato no es un valor mayor al del matrimonio, es simplemente una manera radical de vivir el amor cristiano; de otra forma la castidad consagrada pierde su significado.


Nos extraña muchísimo que el reformador Lutero y los protestantes del siglo XVI rechazaran el camino de la vida religiosa como un camino prácticamente imposible y dieran preferencia al matrimonio.
Esta opción de los protestantes va claramente contra una corriente religiosa que brotó desde los tiempos de Jesucristo hasta ahora.
Por eso varios grupos protestantes vuelven últimamente a esta antigua tradición cristiana y auténticamente evangélica, y comenzaron en este siglo con grupos religiosos que viven el celibato como nosotros «por el Reino de los Cielos». (Pensemos en los monjes reformados de Taizé en Francia, los hermanos y hermanas franciscanos, anglicanos y protestantes en Alemania e Inglaterra).


Queridos hermanos, siempre hubo y habrá en la Iglesia de Cristo hombres y mujeres llamados por Dios para que, con su vida de castidad consagrada, sean testigos del amor de Dios.
La vida religiosa es simplemente un carisma o una manifestación del Espíritu Santo que Dios regala a su Iglesia y al mundo.
Sin estos hombres religiosos, sin estos «especialistas de Dios», el mundo sería más pobre. Pero esto no todos lo pueden entender. Por algo dijo Jesús: «El que pueda entender que entienda» (Mt. 19, 12).


Espero que estos Temas leídos una y otra vez les fortalezcan en la verdadera Fe y les den argumentos para saber dar razón de su esperanza.





martes, 11 de octubre de 2011

LA TRANSFUSIÓN DE SANGRE


La transfusión de sangre


¿Prohíbe la Biblia la transfusión de sangre?


Hay católicos que me preguntan si es verdad que la Biblia prohíbe la transfusión de sangre... Su inquietud nace del hecho de que algunas personas, con la Biblia en la mano, tratan de afirmar que la transfusión de sangre es un pecado gravísimo contra Dios.
Tales personas -así dicen ellos- prefieren morir antes que aceptar una transfusión de sangre, porque dicen: es la voluntad de Dios.
En esta línea están sobre todo los Testigos de Jehová y miembros de algunas sectas religiosas modernas.


¡Qué triste que haya gente entre nosotros que usa la Biblia para confundir al católico sencillo y para propagar estas teorías que son una burla a la humanidad!


A los que piensan así les quiero recordar que nunca debemos leer la Biblia en forma parcial; nunca debemos estudiar el Antiguo Testamento (A.T.) sin tomar en cuenta el Nuevo Testamento (N.T.).


Hay una gran diferencia entre los dos.
Aunque se complementan el A.T. y el N.T., no debemos olvidar que Jesucristo, Dios-hombre, es el centro y el fin de toda la Biblia.
Además Jesucristo, con su autoridad humano-divina, corrigió varias cosas que se leen en el A.T. y anuló muchas costumbres que para los judíos del A.T.
eran prácticas muy importantes.


Si uno lee atentamente la Biblia verá que de la primera a la última página hay una evolución doctrinal y moral.
Es decir, que no todo en la Biblia tiene el mismo valor o igual vigencia. Y entre esas cosas que cambió el N.T. está la ley de la sangre.


¿Qué nos enseña el A.T. acerca de la transfusión de sangre?


Antes que nada, debemos decir que la Biblia nunca habla de la transfusión de sangre como práctica de medicina para salvar a enfermos, simplemente porque los antiguos no conocieron este tratamiento.
Pero veamos de dónde sacan algunos miembros de otras religiones esta creencia.
Los israelitas del A.T., como otros pueblos antiguos de aquel tiempo, pensaban que la vida (o el alma) de cada ser estaba en la sangre.
Leemos en Gén. 9, 4-5: «Lo único que no deben comer es la carne con su alma, es decir, con su sangre... Reclamaré la sangre de ustedes, como si fuera su alma».


Así, los antiguos creían que el alma era la sangre misma (Lev. 17, 14; Dt. 12, 23).
Es decir: alma = vida = sangre.
Ahora bien, Dios es el único Señor de la vida y por eso la sangre tenía un carácter sagrado para los israelitas, la sangre pertenecía a Dios.
De este concepto antiguo que tenían los israelitas acerca de la vida, vienen las leyes acerca de la sangre que es lo que vamos a analizar ahora brevemente:


1 Prohibición del homicidio


El hombre fue creado a imagen de Dios, por lo cual Dios tiene poder sobre su vida: «Si alguien derrama su sangre, Dios le pedirá cuenta de ello (Gén. 9, 5).
En esto encuentra su fundamento religioso el mandamiento que dice: «No matarás» (Ex. 20, 13).
Pero en caso de homicidio los antiguos aceptaron la venganza de sangre inocente contra el asesino: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente» (Ex. 21, 23).
Solamente fue admitida una venganza limitada, porque Dios mismo se encargará de esta venganza, haciendo recaer la sangre inocente sobre la cabeza del asesino (1 Reyes 2, 32).


2. Prohibición de la sangre como alimento


La sangre, como signo de la vida, pertenece sólo a Dios y por eso la sangre es parte de Dios (Lev. 3, 17).
La sangre derramada es alimento de Dios, «manjar de Yavé», y ningún hombre puede beber sangre, ni comer carne prohibida (Dt. 12, 16).
La sangre pertenece por derecho propio a Dios, Señor de la vida. (De ahí sacan los Testigos de Jehová su enseñanza de no aceptar la transfusión de sangre).


3. El uso de la sangre en el culto del A.T.


La sangre es sagrada, aún la de un animal, y solamente puede ser ofrecida a Dios en un sacrificio (Gén. 9, 5).
Si no se sacrifica en un altar, debe ser derramada en el suelo, pero no se puede comer.
Además los israelitas, como los demás hombres del pasado, se hacían de Dios una imagen terrible y pensaban que sólo podían estar en paz con ese Dios violento ofreciendo sacrificios y sangre (Heb. 9, 22).
Era su manera de entrar en contacto con Dios; por eso los antiguos hacían ritos sangrientos para sellar su alianza con Dios (Ex. 24, 3-8); sacrificios para la expiación de los pecados (Is. 4, 4); ritos pascuales con sangre de corderos para alejar los espíritus exterminadores (Ex. 12, 7-22), etc.


Con el tiempo los israelitas descubrieron que estos sacrificios sangrientos eran una forma de culto muy imperfecto.
Y por boca del profeta Isaías, Dios rechazó estos sacrificios:


«¿De qué me sirve la multitud de sus sacrificios?


No me agrada la sangre de sus vacas, de sus ovejas y machos cabríos» (Is.1, 11).
También dice el salmista, hablando con Dios: «Un sacrificio no te gustaría, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas» (Salmo 51, 16).


Reflexionando sobre estas leyes de sangre dentro del contexto del A.T. podemos decir que Dios aceptó al pueblo de Israel con sus costumbres y tradiciones, y que Dios educó a su pueblo a partir de su propia cultura.
Pero no debemos pensar que las leyes de sangre fueron dictadas por Dios desde el cielo, sino que fueron elaboradas por los sacerdotes de aquel tiempo que estaban a cargo de la conducta religiosa del pueblo de Israel.
Las leyes sobre la sangre son solamente una manera de educar e inculcar el sentido de carácter sagrado de la vida.


Por muy antiguas, y a veces anticuadas que sean estas leyes, el cristiano de hoy las debe considerar con fe y buscar reflexiones nuevas referentes a lo que Dios nos pide ahora.


¿Qué nos enseña el N.T. acerca de esas leyes de sangre?


En el N.T. no encontramos ninguna referencia acerca de la transfusión de san-gre.
Pero hay claras indicaciones a favor de esta práctica.


1. Jesús repitió con el A.T. el profundo respeto por la vida: «No matarás» (Mt. 19,18), pero el Señor criticó duramente la antigua ley de la venganza de sangre inocente: «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente.
Pero Yo les digo: no resistan al hombre malo; al contrario si alguien te pega en un lado de la cara, ofrécele también el otro lado» (Mt. 5, 39). También terminó Jesús con la ley de alimentos prohibidos: «No hay ninguna cosa fuera del hombre que al entrar en él pueda hacerle pecador o impuro» (Mc. 7, 15).
Con estas palabras está claro que la prohibición de comer «carne con sangre» no tiene ningún valor para Jesús.


2. Jesús quiso morir derramando su sangre, para mostrar la entrega total de su vida por obediencia al Padre y por amor a sus hermanos (Jn. 3, 16; Rom. 8, 32).
Este sacrificio de su vida terminará con todos los sacrificios de animales del A.T., porque el sacrificio de su vida era para el perdón de todos los pecados del mundo y la reconciliación definitiva entre Dios y los hombres (Heb. 9, 26; Heb. 10, 5-7). «Cristo nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre» (Apoc. 1, 5).


3. En la Ultima Cena Jesús presentó la copa de la acción de gracias (o Eucaristía), diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que está confirmada por mi sangre, que se derrama por ustedes» (Lc. 22, 20).
Y desde ahora en adelante los hombres pueden comulgar con esta sangre de la Nueva Alianza cuando beben el cáliz eucarístico (1 Cor. 10, 16 y 11, 25-28).
La sangre de Cristo derramada en la cruz establecerá entre los hombres y el Señor una unión profunda que durará hasta su venida (1 Cor. 10, 16 y 11, 25-28).


4. Jesús, el Buen Pastor, dio su vida por sus ovejas (Jn. 10, 11), así también los discípulos de Jesús han sido llamados a dar su vida por el prójimo: «El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13).
El discípulo de Jesús no debe preocuparse excesivamente por su vida y debe ser capaz de arriesgarla por los demás, como nos enseña también el apóstol Pablo: «Les tenemos a ustedes tanto cariño que hubiéramos querido darles no sólo el mensaje de Dios, sino hasta nuestras propias vidas, pues hemos llegado a quererles mucho» (1Tes. 2, 8).


Esto se manifiesta en los misioneros que han muerto por Cristo y en los mártires cristianos de todos los tiempos.


¿Acaso no dijo Jesús: «Quien quiere salvar su vida (su alma) la perderá, pero quien la pierda por causa mía, la hallará para la vida eterna»? (Mt. 16, 25; 10, 39).


Algunas consideraciones finales


1. Las leyes de sangre del A.T. son un reflejo de una cultura primitiva y no fueron dictadas por Dios y sólo tendían a inculcar al pueblo del A.T. el sentido sagrado de la vida.
Por tanto las muchas leyes de sangre del A. T. no son doctrina eterna.
Recordemos que Cristo vino a perfeccionar la antigua Ley. Ahora sabemos muy bien que el alma humana no se identifica con una cosa material como es la sangre. Propiamente hablando, el alma no habita en un cuerpo con sangre, sino que se expresa en el hombre entero.


Y cuando los Tesigos de Jehová se aferran a las creencias del A.T., ellos olvidan que la ley del A.T. fue perfeccionada por Jesucristo y que muchas costumbres de aquel tiempo no tienen valor en la Nueva Alianza que comenzó con Cristo.
Los Testigos de Jehová y muchos otros se quedaron en el A.T. y no aceptan la evolución que está en la Biblia; ellos no interpretan bien toda la Biblia ya que se quedaron en una práctica judía antigua y no siguieron el cumplimiento del N.T.
Esto sucede porque interpretan la Biblia en forma literal y parcial, y además arreglaron la Biblia a su manera con traducciones equivocadas y malas interpretaciones.
(Ninguna de las Iglesias Cristianas acepta la Biblia arreglada por los Testigos de Jehová).
2. En Jesucristo fue superada la Antigua Alianza y la ley de Moisés. Los pri-meros cristianos muy pronto terminaron con muchas prácticas del A.T., como por ejemplo, la observación del día sábado, etc. y entre estas cosas el N.T. abolió también las leyes de sangre.
Es verdad que entre los primeros cristianos de origen judío persistía al comienzo la ley de sangre, y algunas comunidades cristianas judías fue-ron injustamente obligadas a observar esta práctica (Hech.15, 29).
Pero esta observancia se hizo solamente por un breve tiempo para no escandalizar a los de conciencia débil.
Pronto fue superado este problema y las iglesias siguieron el consejo de Jesucristo: «No hay nada de fuera que ensucie el alma» (Mc. 7,15).


Finalmente el Apóstol Pablo escribe en forma muy tajante a los colosenses: «Que nadie les venga a molestar por cuestiones de comida o bebida» (Col.2,16). «Todos los alimentos son buenos y todas las cosas les servirán de alimento» (1 Tim. 4,3-6).


3. Dios es el Dios de la vida. «Dios no se complace en la muerte de nadie» (Ez.18, 32).
«No creó al hombre para dejarlo morir, sino para que viviera» (Sab. 1, 13; 2, 23).
Para Jesús la vida era cosa preciosa, y «salvar una vida» prevalecía sobre la ley del sábado (Mc. 3, 4), porque «Dios no es un Dios de muertos sino de vivos» (Mc. 12, 27).
El mismo sanó y devolvió la vida como si no pudiera tolerar la presencia de la muerte.
«Si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no hubiese muerto», le dijo Marta a Jesús (Jn.11, 21).
Jesús, Dios-hombre, dijo que El es la vida, y ha venido a servir, y murió como rescate para provecho de la multitud (Mc. 10,45).


4. Seamos seguidores de Cristo.
A ejemplo de Cristo, podemos dar nuestra vida por amor al prójimo. «Nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn. 15, 13).
Por supuesto que nuestra vida está en la mano de Dios.
Pero si Dios nos ha dado inteligencia y voluntad, y con ellas podemos salvar la vida de otros, entonces esto es la voluntad de Dios.


Todo lo que el hombre realiza en la medicina moderna para respetar la vida y sanar a los enfermos es voluntad de Dios.
Y sería un pecado gravísimo dejar morir a una persona que, con buenos remedios y con una transfusión de sangre, puede ser sanada.
En este sentido «dar sangre» para hacer una transfusión no es ningún atentado contra Dios, sino que puede llegar a ser un acto heroico de caridad.
Por supuesto, que hay que atenerse a la reglamentación necesaria en cuanto a higiene y desinfección, porque en asunto tan delicado hay que evitar todo posible contagio de SIDA y otras enfermedades.


Frente a la transfusión de sangre, entonces, hay una sola palabra: «Conocemos el amor con que Jesucristo dio su vida por nosotros; así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos».


Y eso mismo vale para la donación de órganos.
Es muy humano y cristiano solidarizar con un enfermo hasta el punto de ceder los propios órganos para ser trasplantados a otras personas que carecen de ellos.


Ello se puede hacer tanto en vida como después de la muerte.
Y a diario vemos padres que donan ojos o riñones para sus hijos, ¡qué ejemplo de caridad! Estos son gestos que hay que recomendar, ya que tanto con la donación de sangre como con la donación de órganos podemos salvar una vida.





domingo, 9 de octubre de 2011

No hay alimentos prohibidos


Queridos hermanos:


Muchos preguntan con frecuencia si en verdad, según la Biblia, está prohibido comer o tomar ciertos alimentos.
Esta inquietud les nace de conversaciones tenidas con miembros de algunas iglesias de origen protestante, o de ciertas sectas, quienes, con la Biblia en la mano, les han mostrado que no se puede comer cerdo, conejo, ciertos peces y ciertas aves, etc.
En esta línea están sobre todo los Adventistas del Séptimo Día, los Testigos de Jehová, los Mormones y otros.
Algunos prohíben incluso tomar vino y cualquier licor, café, té, coca-cola, fumar, etc., por motivos de religión, como si la Biblia prohibiera todo eso.


Vamos, pues, a contestar a este punto.


Pero queremos advertir que este tema de los alimentos, por ser uno de los más claros y sencillos de comprender, nos permite entender otra verdad básica en la lectura de la Biblia: La Biblia no fue escrita en un solo día, sino que fue redactada durante un período de casi 2.000 años. Y cuando uno lee con atención este libro sagrado nos damos cuenta de que a través de toda la Biblia hay una gran evolución doctrinal y moral.
Es decir, que, en la Biblia, no todo tiene el mismo valor o igual vigencia.
Que hay una gran diferencia, aunque se complementen, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Que no se puede leer el Antiguo Testamento en forma parcial y aislada, como si todo en él fuera doctrina eterna.
Hay que leer siempre el A.T. a la luz del N.T. Porque Jesucristo, Dios-hombre, es el centro del N.T. y el fin de toda la Biblia.
Además, Jesucristo, con su autoridad humano-divina, corrigió y perfeccionó muchas cosas que se leen en el A.T.
y anuló y abolió costumbres que para los judíos del A.T. eran prácticas muy importantes.
Y entre estas cosas que Jesús abolió está la cuestión de los alimentos.


Prohibición en el A.T.


Leyendo con atención la Biblia nos damos cuenta de que dentro del mismo A.T. hay diversas tradiciones y costumbres en cuanto a los alimentos.


1. Los textos aparentemente más antiguos hablan de que todos los alimentos son buenos.
Que todas las plantas y animales han sido creados buenos y están al servicio del hombre (Lea: Gén. 1, 20-25 y 28-30).
Y se dice expresamente: «Todo lo que se mueve y tiene vida les servirá de alimento.
Todas las cosas les servirán de alimento, así como las legumbres y las hierbas». (Gén. 9, 2-3).


Pero enseguida leemos en Gén. 9, 4 que el sagrado escritor prohíbe comer «carne con sangre».
(Según muchos biblistas o estudiosos de la Biblia, este versículo (Gén. 9,4) es un agregado posterior, una relectura introducida por la tradición mosaica).


De todas maneras, nadie va a negar que se dio la prohibición de comer ciertos alimentos en el A.T.
Esta prohibición de comer ciertos alimentos es una de las características de la religión israelítico-judía.


2. Los textos prohibitivos más famosos, que son los que suelen mostrar nuestros hermanos con la Biblia en la mano para confundir al católico sencillo, son los siguientes: Levítico 11, 1-23 y su paralelo Deut. 14, 3-21.


Sería largo citarlos aquí.
En estos textos se prohíbe comer: camello, conejo, liebre, cerdo y una serie larga de animales acuáticos, aves y bichos alados.
(Los llamos son de la familia de los camellos, y también sería pecado comer carne de llamo).


3. Según los mejores biblistas, algunas de esas prohibiciones son muy antiguas, y son costumbres tomadas de otros pueblos, y anteriores a la formación más primitiva del pueblo de Israel.
Otras prohibiciones se dieron en Israel con la finalidad de distinguirse y apartarse de los pueblos paganos vecinos y de sus cultos idolátricos.


4. La prohibición de comer carne con sangre es también muy antigua, y ello es porque se creía que la sangre era el alma o donde el alma residía (Lev. 19, 26; 17, 11; Deut. 12, 23).
Por lo mismo, se juzgaba también impuro todo animal que no había sido desangrado, y todo alimento que lo tocara (Lev. 11, 34 y 39).
Además se prohíbe la grasa de los animales (Lev. 7, 23).


5. También son impuros y prohibidos todos los animales de la casa cuando hay un cadáver en ella.
«Esta es la ley para cuando uno muere en casa: Todo el que entre en la casa, y todo lo que esté dentro de ella, será impuro siete días.
Y todo envase que no esté cerrado con una tapa atada será impuro». (Núm. 19, 14-15).


No cabe duda de que hubo muchas personas santas del A.T. que observaban rígidamente todo eso.
Algunos preferían morir antes que comer estos alimentos prohibidos.
Así lo leemos en el bellísimo relato de 2 Macabeos 6, 18-31.
Y es que, según sus creencias, el quebrantar tales normas acerca de las comidas prohibidas, podía interpretarse como una «apostasía» o una «traición a la religión del judaismo».


Estas prohibiciones sólo se leen en el A.T. y no en el N.T. donde son anuladas radicalmente por Nuestro Señor Jesucristo.


¿Qué nos enseña el N.T. acerca de los alimentos?


Todas las prohibiciones de comer ciertos alimentos (como el camello, el cerdo, el conejo, etc.) estaban en plena vigencia en el judaísmo dentro del cual nació, vivió y murió Nuestro Señor Jesucristo.
¿Cómo reaccionó Jesús frente a ellas?


1. La actitud renovadora y liberadora de Jesús


Un día, Jesús llamó a toda la gente y les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanme bien: No hay ninguna cosa fuera del hombre que al entrar en él lo pueda hacer pecador o impuro...». Y como sus mismos discípulos se sorprendieron con tamaña novedad, Jesús añadió enseguida:
«¿No comprenden que nada de lo que desde fuera entra en el hombre lo puede hacer impuro porque no entra en su corazón, sino en su estómago y luego se echa afuera?».
Y añade el mismo Jesús: «Lo que sale del hombre, eso es lo que le hace impuro, pues de dentro del corazón salen las malas intenciones, los desórdenes sexuales, los robos, libertinaje, envidia, injuria, orgullo, falta de sentido moral.
Todo eso sale de dentro, y eso sí que mancha al hombre» (Mc. 7, 14-23 y Mt. 15, 10-20).


2. La práctica de los primeros cristianos


Pero los judíos continuaron aferrados a sus leyes y costumbres en esos puntos, e impugnaron duramente a los primeros cristianos convertidos del judaísmo.
De tal modo que en las primeras comunidades cristianas de origen judío, fue muy difícil cambiar de criterio respecto a los alimentos.
Hasta los mismos apóstoles tuvieron sus resistencias (Hech. 10, 9-16; y 11, 1-18).


Incluso después de declarar, en el concilio de Jerusalén, que no les obligaba la ley de Moisés, ni la circuncisión (Hech. 15, 1-12), tuvieron que hacer algunas concesiones respecto a la costumbre judía de los alimentos, pero sólo para ciertas comunidades aisladas, donde habitaban los judeocristianos.
Es que, como señala la misma Biblia, muchos judeocristianos seguían aferrados celosamente a la Ley de Moisés (Hech. 15, 13-19 y 21, 20). ¡Nunca han sido fáciles los cambios!


3. La enseñanza del apóstol Pablo


Será especialmente San Pablo quien, en la línea liberadora de Jesús, repetirá a los cristianos: «Que nadie los critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de las fiestas, de novilunios o de los sábados.
Todo eso no era sino sombra de lo que había de venir, y ahora la realidad es la persona de Cristo...
¿Por qué se van a sujetar ahora a preceptos como «no tomes esto», «no gustes eso», «no toques aquello»?
Tales cosas tienen su apariencia de sabiduría y de piedad, de mortificación y de rigor, pero sin valor alguno...» (Col. 2, 16-17; 20-23).


Y también en su carta a Timoteo, Pablo escribe contra quienes prohibían, entre otras cosas, «el uso de alimentos que Dios creó para que fueran comidos con acción de gracias por los fieles que han conocido la verdad.
Porque todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias, pues queda santificado por la palabra de Dios y la oración.
Si tú enseñas estas cosas a los hermanos, serás un buen ministro de Cristo Jesús» (1Tim. 4, 3-6; 1 Cor. 6, 13 y 8, 7-13).
4. ¿Y qué decir del vino?


1. En el Antiguo Testamento hay muchos y diversos textos sobre la vid y el vino.
Se prohíbe el vino a la familia sacerdotal de Aarón (Lev. 10, 9-11). Tampoco tomaban vino algunos grupos religiosos particulares, como se lee en Jer. 35, 5-7.
Pero en general, la vid es símbolo de Israel, y se cantan las bondades del vino tomándolo con moderación (Is. 5, 1-7; Prov. 9, 2-5; Ecl. 31, 25-30; Cant. 5, 1; Sal. 104, 15).


También se usaba el vino en los sacrificios (Ex. 29, 38-40; Núm. 15, 10 ).


2. En el Nuevo Testamento, Jesucristo convierte el agua en vino en las bodas de Caná (Jn. 2, 1-11).
Y además Jesús mismo tomó vino (Mt. 11, 19; Lc. 7, 34), y lo presenta como símbolo de la Nueva Alianza (Mt. 9, 17; Jn. 15, 1-6).
Luego Jesús celebra con vino la Ultima Cena, convirtiéndolo en su propia Sangre (Lc. 22, 14-20; 1 Cor. 11, 17-27 y textos paralelos ).


3. El apóstol San Pablo le recomienda a Timoteo: «No bebas, pues, agua sola.
Toma un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes indisposiciones». (1Tim. 5, 23).
(Otra cosa es emborracharse, que eso sí es un pecado grave contra la dignidad de la persona). (1Tim. 3, 3-8; Tit. 2, 3).


Queridos amigos, está claro que quienes hacen problemas en cuestiones de comida y bebida, aunque lo hagan con la Biblia en la mano, no han leído bien «toda» la Biblia.
No han llegado hasta el Nuevo Testamento.
Así, hermanos católicos, no les hagan caso cuando los hermanos protestantes u otros enseñen sólo ciertos textos del Antiguo Testamento. No olviden nunca esta regla de oro: En la revelación de Dios hay una evolución.
El A. T. es como la sombra del N. T. Jesús mismo vino a perfeccionar la ley antigua.
Por tanto hay cosas que, vistas desde ahora, ya quedaron definitivamente atrás, como es el carácter sagrado del sábado y todo lo referente a los alimentos prohibidos.


Una regla de oro para la recta interpretación de la Biblia, lo repetimos una vez más, es no sacar nunca una frase de su contexto.
Estamos seguros de que muchos enseñan estas cosas sólo por ignorancia, y a pesar de andar todo el tiempo con el libro de la Biblia en la mano no lo conocen, ignoran el Nuevo Testamento, o tal vez lo hacen con mala voluntad para confundir a los católicos sencillos y conquistarse adeptos.
Y este proselitismo barato de ninguna manera puede ser del agrado de Dios.


Queridos amigos, lean una y otra vez estos Temas, consulten las citas bíblicas y verán cómo eso les dará seguridad y como el Señor pondrá en sus labios la respuesta oportuna cuando llamen a la puerta de su casa los representantes de otras religiones.


¿Qué es el Ecumenismo?


El Ecumenismo es un movimiento dirigido a restaurar la unidad de los cristianos.


¿Quiénes participan en este movimiento ecuménico?


Participan los que invocan al Dios Uno y Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador.


¿Como oró Jesús en la Ultima Cena?


En la Ultima Cena, Jesús oró diciendo: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en tí, para que también ellos sean uno como nosotros y el mundo crea qua tú me has enviado». (Jn. 17, 21)


¿Cuál es el principio de unidad de los cristianos?


El principio de unidad es el Espíritu Santo que habita en los creyentes. Sólo El puede realizar esta admirable unión y restaurar la unidad perdida.


¿Qué corresponde, entonces, a los cristianos?


A los cristianos de las distintas denominaciones corresponde orar a Dios para acelerar la hora de la unión y hacer gestos de buena voluntad que faciliten este reencuentro sin olvidar las palabras de Jesús: «sencillos como palomas pero prudentes como serpientes».