Vistas a la página totales

domingo, 9 de octubre de 2011

La Cruz en el pecho




La Cruz en el pecho






Queridos hermanos:


Tengo la costumbre de andar con una pequeña cruz de madera en el pecho. Amo esta cruz porque Jesucristo salvó al mundo por este signo.
Además, como hermano-religioso y ministro de la Iglesia Católica, quiero mostrar así mi entrega total a Jesús, mi Maestro.


Pero pasa, a veces, que cuando me ven los hermanos evangélicos con esta cruz en el pecho, comienzan a criticarme y me echan en cara que así estoy crucificando a Cristo; otros me dicen que soy idólatra, y que soy un condenado con el patíbulo pegado en el pecho; y por último no faltan los que hasta me quieren prohibir hacer la señal de la cruz o persignarme.


No entiendo por qué algunos se ponen tan fanáticos, o por qué se escandalizan frente a una cruz colgada en el pecho...


Bueno, no importa lo que piensan ellos de mí, pero sigo llevando esta cruz en el pecho porque es para mí un símbolo de la fe que llevo en mi corazón, esta fe en Cristo crucificado y resucitado.


A los que piensan que soy idólatra les recomiendo que lean atentamente la carta que escribí acerca de los verdaderos ídolos de este mundo moderno.


Ahora, queridos hermanos, les voy a hablar sobre la grandeza de la cruz de Cristo, y cómo el Señor invitó a sus verdaderos discípulos a cargar su cruz y seguir sus pasos.
Ojalá que tengan la paciencia de consultar todos los pasajes bíblicos que les voy a citar.
Creo sinceramente que nuestros hermanos evangélicos, al no leer toda la Biblia, sólo por ignorancia llegan a prohibir estas cosas.


La cruz de Jesucristo


Jesús murió crucificado, y su cruz, juntamente con su sufrimiento, su sangre y su muerte, fueron el instrumento de salvación para todos nosotros.
La cruz no es una vergüenza, sino un símbolo de gloria, primero para Cristo, y luego para los cristianos.


1. El escándalo de la Cruz


«Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1Cor. 1, 23).
Con estas palabras, el apóstol Pablo expresa el rechazo espontáneo de todo hombre frente a la cruz.
En verdad uno se pregunta:
«¿Cómo podía venir la salvación al mundo por una crucifixión?
¿Cómo puede salvarnos aquel suplicio reservado a los esclavos?
¿Cómo podría venir la redención por un cadáver, por un condenado colgado en el patíbulo, por una muerte tan cruel como la de un malhechor?... ( Deut. 21, 22; Gal. 3,1).


Cuando Jesús anunciaba su muerte trágica en la cruz a sus discípulos, ellos se horrorizaban y se escandalizaban.
No podían tolerar el anuncio de su sufrimiento y de su muerte en la cruz (Mt. 16, 21; Mt. 17, 22).
Así, la víspera de su pasión, Jesús les dijo que todos se escandalizarían a causa de El. (Mt. 26, 31). Y en verdad, a raíz de una condena injusta, Jesús fue crucificado y murió en forma escandalosa.


2. El misterio de la Cruz


Jesús nunca dulcificó el escándalo de la cruz, pero sí nos mostró que su crucifixión ocultaba un profundo misterio de vida nueva.
El camino de la salvación pasó por la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre: «Jesús fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil. 2, 8).
Pero esta muerte fue «una muerte al pecado».
A través de la debilidad de Jesús crucificado se manifestó la fuerza de Dios (1Cor. 1, 25).
Si Jesús fue colgado del árbol como un maldito, era para rescatarnos de la maldición del pecado (Gál. 3, 13).
Su cadáver expuesto sobre la cruz permitió a Dios «condenar la ley del pecado en la carne» (Rom. 8, 3).


Además, «por la sangre de la cruz» Dios ha reconciliado a todos los hombres (Col. 1, 20), y ha suprimido las antiguas divisiones ente los pueblos causadas por el pecado (Ef. 2, 14-18).
En efecto Cristo murió «por todos» (1Tes. 5, 10) cuando nosotros aún éramos pecadores (Rom. 5, 6), dándonos así la prueba suprema de amor. (Jn. 15, 13 y 1Jn. 4, 10).
Muriendo «por nuestros pecados» (1 Cor. 15,3 y 1 Ped. 3,18), nos reconcilió con Dios por su muerte (Rom. 5, 10), de modo que podemos ya recibir la herencia prometida (Heb. 9, 15).


3. La cruz, elevación a la gloria


La cruz se ha convertido en un verdadero triunfo por la Resurrección de Cristo.
Solamente después de Pentecostés, los discípulos, iluminados por el Espíritu Santo, quedaron maravillados por la gloria de Cristo resucitado y luego ellos proclamaron por todo el mundo el triunfo y gloria de la cruz.


La cruz de Cristo, su muerte y resurrección han destruido para siempre el pecado y la muerte.
El apóstol Pablo nos canta en un himno triunfal:
«La muerte ha sido destruida en esta victoria.
Muerte
¿dónde está ahora tu victoria?
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?


El aguijón de la muerte es el pecado.


Pero, gracias sean dadas a Dios,


que nos da la Victoria
por Cristo Jesús
Nuestro Señor»
(1 Cor. 15, 55-57)
Escribe también el apóstol San Juan:


«Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto (signo de salvación en el Antiguo Testamento), así también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo aquel que crea, tenga por El vida eterna» (Jn. 3, 14-32).


Y dijo Jesús: «Cuando Yo haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn. 12, 32).


La suerte de Cristo crucificado y resucitado será, entonces, la suerte de los verdaderos discípulos del Maestro.


4. La cruz de Cristo y nosotros


En aquel tiempo Jesús dijo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Mt. 16, 24).
Eso quiere decir que el verdadero discípulo no sólo debe morir a sí mismo, sino que la cruz que lleva es signo de que muere al mundo y a todas sus vanidades (Mt. 10, 33-39).
Además el discípulo debe aceptar la condición de perseguido, perdonando, incluso, al que quizá le quite la vida (Mt. 23, 34).


Así para el cristiano llevar su cruz y seguir a Jesús es signo de su gloria anticipada: «El que quiere servirme, que me siga, y donde Yo esté, allá estará el que me sirve.
Si alguien me sirve, mi Padre le dará honor» (Jn. 12,26).


5. El cristiano lleva una vida de crucificado


La cruz de Cristo, según el apóstol Pablo, viene a ser el corazón del cristiano.
Por su fe en el Crucificado, el cristiano ha sido crucificado con Cristo en el bautismo, y además ha muerto a la ley del Antiguo Testamento para vivir para Dios.


«Por mi parte, siguiendo la ley, llegué a ser muerto para la ley a fin de vivir para Dios.
Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál. 2,19-20).


Así el cristiano pone su confianza en la sola fuerza de Cristo, pues de lo contrario se mostraría «enemigo de la cruz». «Porque muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo» (Fil. 3, 18).


6. La Cruz, título de gloria del cristiano:
En la vida cotidiana del cristiano, «el hombre viejo es crucificado» (Rom. 6, 6) hasta tal punto, que quede plenamente liberado del pecado.
El cristiano diariamente asumirá la sabiduría de la cruz, se convertirá, a ejemplo de Jesús, en humilde y «obediente hasta la muerte y muerte de cruz».
No debemos temer llevar una cruz en el pecho ni menos colocar un crucifijo en la cabecera de nuestra pieza.
Sí debemos temer «la apostasía» o la traición a la verdadera religión que sería lo mismo que crucificar de nuevo al Hijo de Dios (Heb. 6, 6).


El verdadero cristiano con la cruz en la mano debe exclamar: «En cuanto a mí, quiera Dios que me gloríe sólo en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál. 6, 14).
Consideraciones finales
1. En la cruz de Cristo encontramos como un compendio de la verdadera fe cristiana y por eso el pueblo cristiano con profunda fe ha encontrado miles y miles de formas para expresar su amor a Cristo crucificado. Espontáneamente la religión del pueblo ha reproducido por doquier, en pinturas y esculturas, cruces de distintas formas.
El creyente ha colocado cruces sobre los cerros, en el techo de sus casas, etc.
el cristiano se persigna para proclamar su fe en la gloria de Cristo; el discípulo fiel se coloca la cruz en el pecho para anunciar la fe que lleva en el corazón...


2. Estas expresiones populares no son de ninguna manera idolatría como pretenden algunos hermanos evangélicos.
Es realmente una auténtica expresión de fe y de amor a Cristo que murió por nosotros.
¡Qué hermoso cuando uno entra en una familia cristiana y ve cómo la cruz de Cristo tiene un lugar privilegiado en el hogar! ¡Qué profunda fe se expresa cuando un cristiano hace, con sentimientos de reverencia, la señal de la cruz! Es muy fácil y barato burlarse de estas expresiones populares de fe.
Pero tales ironías son faltas graves al respeto y al amor al prójimo, tales burlas son simplemente signos de una atrevida ignorancia.


3. Y
¿qué decir de la cruz en el pecho?
Si alguien -sacerdote, religiosa o laico- lleva una cruz en el pecho con fe y amor, con sentimientos de reverencia, nadie tiene el derecho de reírse de esta persona.
¿Quién eres tú para juzgar y criticar los auténticos sentimientos religiosos del pueblo?
Sólo Dios sabe escudriñar lo más íntimo de nuestros corazones.


4. Por último, una palabra acerca del crucifijo.
Cuando sobre la cruz se coloca la imagen de Cristo, llamamos al conjunto «crucifijo».
No se adora el madero, sino que el cristiano ve a Cristo muerto en ella. Tener un crucifijo no es ninguna idolatría.
Es un signo de amor a Cristo.


Nunca la Iglesia ha enseñado a adorar cruces, sino a adorar a Cristo que en ella murió.
Sí, la Iglesia nos invita a venerar estos signos de fe.
También nos enseña la Iglesia que nadie debe llevar una cruz en el pecho si no tiene al menos la intención sincera de seguir las huellas de Jesucristo.
Menos debemos llevar una cruz como un simple amuleto o como un adorno para lucirse.


El amor al Señor que murió en la cruz hace que frecuentemente se hayan hecho crucifijos de materiales preciosos, pero en nuestros días la Iglesia vuelve a preferir un crucifijo simple y rústico, más realista y expresivo.


Queridos hermanos, éstas son las razones por las que nosotros los católicos veneramos y honramos la santa Cruz con sumo respeto.
Y cuando nosotros llevamos una cruz en el pecho, siempre debemos acordarnos de las palabras del apóstol San Juan:
«En cuanto a mí,
no quiere Dios que me gloríe
sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo,
por quien el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo». (Gál. 6, 14).
«Que nadie, pues, me venga a molestar.
Yo, por mi parte, llevo en mi cuerpo
las señales de Jesús»
(Gál. 6, 17).

sábado, 1 de octubre de 2011

El Pan Eucarístico


Queridos hermanos:


Siempre que puedo tengo la costumbre de visitar a los hermanos católicos en sus casas.


Y un día, por equivocación, entré en una casa donde estaba reunido un grupito de hermanos evangélicos.
Se asombraron muchísimo cuando de repente vieron en medio de ellos al cura de la Iglesia Católica.
Les expliqué que estaba invitando a los católicos para leer juntos la Palabra de Dios y luego participar en «la Fracción del Pan» o Santa Misa. Inmediatamente un hermano evangélico me replicó: «¡La Palabra de Dios es el único Pan de vida!» (para hacerme entender que ellos no necesitan el Pan sagrado de la Misa).


Felicito sinceramente a nuestros hermanos evangélicos por el gran amor que tienen a la Palabra de Dios como Pan de vida.
Pero me sorprende que ellos con tanta facilidad rechacen el Pan Eucarístico o Santa Misa.
Este hecho me hizo pensar mucho, y luego tomé la decisión de escribir esta carta a mis hermanos católicos para explicarles que no estamos equivocados con la celebración de la Eucaristía o Santa Misa, y para recordar que la Misa no es un invento de los curas, sino que, según la Biblia, es un mandato sagrado de Cristo mismo.


El Pan de la Palabra y el Pan Eucarístico.


En el Evangelio de San Juan, Jesús hace una reflexión muy profunda acerca de este tema.
Jesús proclama que «El es el verdadero Pan que ha bajado del cielo» (Jn. 6, 33-35), y el Señor nos da dos razones para explicarnos por qué El es el Pan de vida:


- Primero: Jesús es «el Pan de vida», por su Palabra que abre la vida eterna a los que creen (Jn. 6, 26-51).
Es decir, Jesús es «el Pan de la Palabra» que hay que creer.


- Segundo: Jesús es «Pan de Vida» por su carne y su sangre que se nos dan como verdadera comida y bebida (Jn. 6, 51-58).
Con estas últimas palabras, Jesús anuncia la Eucaristía que El va a instituir durante la Ultima Cena: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo» (Lc. 22,19).
«Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (Jn. 6, 55-56).


Está claro entonces que no debemos quedarnos solamente con «el Pan de la Palabra». Jesús nos invita también a «comer realmente su Cuerpo» como «el Pan Eucarístico».


Ahora bien, nuestros hermanos evangélicos piensan que el Pan Eucarístico es solamente un símbolo de Jesucristo y niegan la presencia real de Cristo en la Cena del Señor.
La frase: «Esto es mi cuerpo», para ellos es sólo una expresión figurada.


Es más, las Biblias de los Testigos de Jehová dicen que Jesús en la Ultima Cena no dijo: «Esto es mi cuerpo», sino: «Esto significa mi cuerpo» (Lc. 22,19), y con esto acaban con la presencia real de Cristo en el Pan Sagrado o en la Santa Hostia.
(Cualquiera que sepa traducir bien el idioma griego en que fue escrito el Evangelio de Lucas, sabe muy bien que la palabra usada por la Biblia en griego es «estin» que significa en castellano «es», y que esta palabra en ningún caso se puede traducir por «significa», como hacen los Testigos de Jehová.
El fundador de los Testigos de Jehová, sin haber hecho estudios de la Biblia con maestros entendidos, se dedicó a traducir la Biblia a su antojo y por eso le hace decir cosas absolutamente inexactas.


Jesús nos invita a comer su Cuerpo y a beber su Sangre


1. El discurso de Jesús sobre «su Cuerpo, Pan de vida» (Jn. 6,51-58) lo pronunció después de la multiplicación de los panes y, en esta oportunidad, por primera vez, el Señor habló acerca de la Eucaristía: «El pan que Yo daré es mi Carne, y la daré para vida del mundo» (Jn. 6, 51).


Cuando Jesús dijo estas palabras, muchos de sus discípulos lo abandonaron, diciendo que ese modo de hablar era intolerable (Jn. 6, 59-66).
Pero Jesús no dijo que estaba hablando en sentido figurado.
Jesús insistió: «En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen verdadera vida». (Jn. 6,53).


Es más, a los Doce apóstoles Jesús les preguntó: «¿También ustedes quieren dejarme?» (Jn. 6, 67).


De ninguna manera Jesús habló aquí en sentido simbólico o figurado: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el último día» (Jn. 6,54).


2. La Ultima Cena del Señor: En el Nuevo Testamento encontramos hasta cuatro testimonios distintos acerca de la Ultima Cena del Señor: Mateo, Marcos, Lucas y Pablo.
Esto quiere decir que la Ultima Cena fue un hecho de suma importancia en la vida de Jesús y en la vida de la primitiva Iglesia.


La noche antes de morir, Jesús invitó a sus apóstoles a celebrar la Pascua de los judíos, que consistía, sobre todo, en una cena solemne.
Esta comida era para los judíos «la gran acción de gracias» a Dios. Y el Señor Jesús aprovechó la cena para darle un sentido nuevo y profundo.


Leemos en el Evangelio de San Lucas: «Después, Jesús tomó el pan y dando gracias (eucharistein, en griego) lo partió y se lo dio diciendo: 'Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes.
Hagan esto en memoria mía'. Después de la cena hizo lo mismo con la copa. Dijo: 'Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que va a ser derramada por ustedes'» (Lc. 22, 19-20).


3. La Ultima Cena del Señor tiene muchos significados.
Solamente queremos aquí indicar algunos aspectos importantes en relación con nuestro tema:


- Primero: la Cena del Señor es «la gran acción de gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19; 1 Cor.11,24) recuerda las bendiciones que proclaman las obras de Dios: la creación, la redención, y la santificación.
La Iglesia prefiere la palabra «Eucaristía» para indicar la Cena del Señor.


- Segundo: Cuando Jesús en la Ultima Cena dijo al partir el pan: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo», no estaba hablando en forma simbólica.
Estas palabras anunciaban claramente su presencia misteriosa y real en los signos del pan y del vino. Realmente Jesús dio al pan y al vino un nuevo sentido.


Jesús dijo claramente: «Esto es mi cuerpo». Jesús indicó un realismo incomparable y no un simple simbolismo.
Esto sucedió en la primera Eucaristía o Santa Misa.


- Tercero: También dio Jesús a sus apóstoles el mandato de recordar y revivir estos gestos sagrados: «Hagan esto en memoria mía» (Lc. 22,19). Fiel a este man-dato de Jesús, la Iglesia desde aquel momento hasta ahora realiza continuamente estos signos sagrados que hizo Jesús en la Ultima Cena.
Y la Iglesia cree que el Pan consagrado en cada Eucaristía es a la vez figura y realidad del Cuerpo celestial de Cristo: un memorial vivo de Cristo.


-Cuarto: El apóstol Pablo para recordar lo sagrado que es el alimento eucarís-tico, escribe en términos muy claros: «El cáliz que bendecimos, ¿no es acaso la comunión de la Sangre de Cristo?
Y el Pan que partimos,
¿no es acaso la comunión del Cuerpo de Cristo?» (1Cor. 10,16).


Para Pablo, ese pan y ese vino, una vez consagrados, no son un simple símbolo del cuerpo y sangre, sino realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo glorificado.
Y en este mismo sentido sigue el apóstol escribiendo a los Corintios, después de reprenderles por algunos abusos que cometían en sus reuniones: «Así, pues, cada vez que comen de este pan y beben de la copa, están proclamando la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto si alguien come el pan y bebe de la copa del Señor indignamente, peca contra el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Por eso, que cada uno examine su conciencia antes de comer del pan y beber de la copa.
De otra manera come y bebe su propia condenación al no distinguir el cuerpo de Cristo. Esta es la razón por la cual se ven tantos enfermos entre ustedes» (1Cor. 11, 26-30).


Consideraciones finales


Mucha gente de hoy, igual como en el tiempo de Jesús, tiene dudas acerca de la presencia real de Cristo en el Pan Eucarístico.
Muchos se preguntan:
«¿Cómo puede ser eso?...
¿No es demasiado para nuestra inteligencia humana aceptar todo esto?...»


Es verdad, nuestra inteligencia humana no es capaz de captar esta presencia misteriosa de Cristo en la Eucaristía.
Solamente con los ojos de la fe podemos experimentar esta presencia real e íntima de Cristo en el Pan Sagrado.


La presencia del cuerpo de Cristo en el Pan Sagrado no es una presencia física, o sea, material, como si pudiéramos decir: «Jesús está aquí sentado a la mesa al lado mío».
No debemos olvidar que el Cuerpo de Cristo, después de su muerte y resurrección, es para siempre un cuerpo glorificado, un cuerpo celestial que se hace presente entre nosotros en el pan y en el vino.
Es una presencia real.
No una presencia material de Cristo, sino una presencia terrenal de su cuerpo celestial.


En otras palabras: mediante un gesto visible, el creyente participa de una realidad que no se ve, pero entra realmente en comunión con Cristo glorificado y resucitado.
Acostumbramos a aplicar la palabra sacramento para designar un signo externo que contiene una realidad espiritual.
En la Cena del Señor, o Santa Misa, nuestra fe nos lleva a recibir como Cuerpo y Sangre de Cristo algo que todavía no parece ser más que pan y vino. Pero, por estos signos o sacramentos, Cristo se hace para nosotros realmente alimento y vida.


La Comunión Eucarística es el cuerpo y el corazón de la vida de la Iglesia, la cual es ante todo comunión.
Es el lugar en que los hombres experimentan, ya en la tierra, la unión entre ellos y Cristo.


Queridos hermanos, estas son las razones por las que nosotros los católicos, conforme al mandato del Señor: «Hagan esto en memoria mía», celebramos la Eucaristía Domingo tras Domingo, y creemos con toda firmeza que Cristo glorificado está realmente presente en el pan y en el vino consagrados.
No es ningún invento de los curas, como piensan algunos hermanos evangélicos, sino que ésta es una enseñanza bíblica, creída plenamente por todos los verdaderos cristianos desde el principio de nuestra santa religión hasta el día de hoy.


Los distintos nombres para indicar la Santa Misa:


1. Eucaristía: porque es «acción de gracias» a Dios. La palabra griega «eucharistein» (Lc. 22,19 y 1 Cor. 11,24) recuerda las bendiciones judías que proclaman, sobre todo durante la comida, las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.


2. Cena del Señor o Banquete del Señor: porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión (1Cor. 11, 20).


3. Fracción del Pan: porque el gesto de partir el pan y repartirlo lo utilizó Jesús cuando bendijo y distribuyó el pan en la Ultima Cena (Mt. 26, 26; 1 Cor. 11, 24; Hech. 2, 42 y Hech. 20, 7-11).


4. Comunión: porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo Cuerpo (común-unión) (1 Cor. 10, 16-17).


5. Santo Sacrificio: porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia.
Así también se llama «Sacrificio de Alabanza» (Heb. 13, 15), sacrificio espiritual (1 Ped. 2,5).


6. Santa Misa: porque la liturgia en la que se realiza el misterio de nuestra salvación se termina con el envío de los fieles (envío=missio en latín) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.


Antes del Padecimiento


en la noche de la Cena
el Señor con gracia plena
instituyó el Sacramento.
Su Cuerpo y Sangre sustento
eran para el pecador
por eso el Supremo Autor
en la Mesa del altar
nos dio este rico manjar
que es la fineza mayor.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Mentalidad bíblica de los católicos y de los protestantes


Queridos hermanos:


El otro día leí un cuento de una muchacha de muy hermosos ojos y que por tal razón era admirada y perseguida por los hombres.
En esta historia de ciencia ficción se decía que sus ojos, para ella, eran ocasión de pecar; y como esta niña leía todos los días la Biblia, un día leyó esta frase: «Si tu ojo te hace pecar, sácatelo» (Mt. 5, 29), y entonces ella tomó una fatal determinación: se echó un ácido en sus ojos para que se le quemaran y así pedió la vista para siempre...


Esto no es más que un cuento que fue imaginado por un novelista con el fin de demostrar lo que puede pasar al interpretar la Biblia al pie de la letra y sin consultar a nadie.
Supongamos que el ejemplo es cierto.
Si la niña hubiera preguntado a un sacerdote católico, éste le habría dicho que esa frase de la Biblia no se tiene que interpretar así, sino que se trata de una figura literaria.


Lo que nos quiere decir Jesús aquí es que cuando hay algo que uno ama mucho y ese algo tan precioso es ocasión de pecar hay que renunciar a eso. Por ejemplo: renunciar a una amistad peligrosa, dejar un negocio sucio, etc., y eso aunque nos cueste mucho... Pero Jesús en ningún momento nos quiere decir que tengamos que mutilar nuestro cuerpo, que está creado a imagen y semejanza de Dios.


Qué distinto es interpretar la Biblia solo o consultando a un entendido. Si uno no sabe y no consulta a nadie, puede equivocarse al interpretar la Biblia.
Y si el que no sabe le enseña otro es como un ciego que guía a otro ciego. Los dos van al abismo (Mt. 15,14).


Queridos hermanos, este hecho es una simple fantasía de un escritor.
Pero todos hemos conocido en nuestro tiempo fanáticos seguidores de sectas protestantes que han llegado a un suicidio colectivo con la Biblia en la mano...


Es muy importante tener criterios claros para interpretar bien la Biblia. En esta carta les voy a explicar con qué distinta mentalidad los católicos y los protestantes leen la Biblia.
Es un tema algo difícil, pero es un punto en el que se diferencian fundamentalmente los católicos de los protestantes.
En nuestra explicación no queremos ofender a nadie.
Toda persona merece nuestro respeto y es digna de que la amemos, como Cristo nos ama a nosotros.
Pero sí que queremos buscar la verdad, ya que los errores merecen siempre nuestro repudio.
«La verdad nos hará libres».


Entendemos como «mentalidad bíblica» el criterio, o el modo de pensar, con que normalmente se interpreta la Biblia.
Primeramente expliquemos la mentalidad bíblica de los católicos y luego la mentalidad de los protestantes, para finalmente dar algunas pautas para hacer juntos una lectura bíblica.




Mentalidad bíblica católica


1. Es una mentalidad histórico-crítica.
El católico, con un profundo sentido de fe y de oración, ha valorizado en todo tiempo el estudio serio de la Biblia.
Este estudio aprovecha los aportes de varias generaciones, y da un serio fundamento a nuestra espiritualidad bíblica.
Quiere decir que no es nada fácil comenzar a estudiar la Biblia. Ello implica un mundo de conocimientos.
La Iglesia Católica está consciente de que leer la Biblia, sin una adecuada preparación, es tentar a Dios. Hay que prepararse para leerla. Si no, puede suceder cualquier cosa. Así lo enseña la historia.
Una persona que sabe poca historia y poca geografía y no tiene costumbre de ubicar lo que lee en su contexto propio, puede, con la Biblia en la mano, decir grandes barbaridades.


2. Un estudio serio de la Biblia exige:


1. Conocer del mejor modo posible el texto sagrado, en su lengua original o en sus traducciones, y mantenerse razonablemente fiel al texto.


2. Conocer el origen, la formación y la transmisión de los libros sagrados; sus muy variados estilos literarios y el contexto histórico en que se escribieron.


3. Exige también conocer los condicionamientos culturales propios de la época en los que se encarnan y se transmiten la Palabra de Dios.
Sin duda muchos elementos culturales de aquella época son relativos, cambiables y mejorables.


4. Exige ver la diferencia radical, aunque complementaria entre el Antiguo y el Nuevo Testamento ya que hay una gran evolución y cambios doctrinales entre el A.T. y el N.T.


5. Exige ver toda la Biblia como camino hacia la plenitud en Cristo. Es lo que se llama el Cristocentrismo bíblico.
Hay una infinidad de problemas que exigen al estudioso de la Biblia ser humilde y alegre, convencido de que el estudio de la Biblia es difícil, y a la vez, fascinante e inagotable


¿Qué significa tener mentalidad eclesial?


Quiere decir que el católico recibe e interpreta la Biblia dentro de la comunidad del Pueblo de Dios, dentro de la Tradición divino-apostólica, viva e histórica que es la Iglesia.
Y eso no es por capricho o devocionismo tonto, sino porque así lo exige la naturaleza de la Biblia.
Porque la Biblia no es un libro extraño caído repentinamente de cielo.
El libro sagrado nació y se formó lentamente dentro de una larga tradición, dentro de la comunidad del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y dentro de la comunidad de la Iglesia primitiva.
De hecho la Iglesia podría vivir sin Biblia escrita, aunque no sin su mensaje divino, sin su Palabra, sin su Evangelio y sin Cristo presente en la comunidad.
Es decir, antes que existiera la Biblia escrita, ya había una Tradición viva del mensaje divino en la predicación, en la catequesis, en la liturgia y en la vida de los primeros cristianos.


Es por eso que no podemos prescindir de la Tradición, del modo como vivieron, interpretaron y defendieron la Biblia nuestros mayores en la fe. Somos sus herederos.


Hay más todavía, la expresión y la garantía de la interpretación auténtica de la Biblia, dentro de la Iglesia, concierne de modo particular al Magisterio oficial de la Iglesia (al Papa y a los obispos, que son los legítimos sucesores de los Apóstoles) (Mt. 16,19; Mt. 18,18).


Sentir con toda esta Tradición viva es, pues, sentir con la Iglesia, es tener mentalidad eclesial.
No se trata de un tema fácil, pero tampoco, por ser difícil, se va a dejar a un lado esta tradición eclesial.


Esto tampoco nos impide la iniciativa personal en el estudio y reflexión de la Biblia.
Al contrario, más bien nos incentiva, nos da amplitud y seguridad en nuestra lectura bíblica.
La mentalidad eclesial católica rechaza, por tanto, la interpretación de la Biblia, a solas o en grupo, en forma independiente y absoluta al margen de la Iglesia.


Advertimos que esta mentalidad eclesial, a veces, se torna dificultosa especialmente cuando se trata de inculturar el Evangelio en pueblos que han vivido ajenos a la tradición y cultura cristiana.
Esta inculturación del Evangelio exige la originalidad del mensaje bíblico aterrizado a su propia cultura, libre de condicionamientos y de ataduras culturales extrañas.
Nunca la Biblia puede ser un pretexto para destruir una cultura.


La mentalidad bíblica protestante


El protestantismo nació en Alemania cuando Martín Lutero, sacerdote cató-lico alemán, se separó de la Iglesia Católica en 1517.
Hoy tan sólo en Europa y América hay más de 600 diversas Iglesias protestantes con enormes diferencias de doctrinas y de régimen.


1. ¿De dónde nace el divisionismo protestante?


Del famoso: ¡Sólo la Biblia!, y de la interpretación personal de la Biblia.


La raíz de tantas divisiones en las Iglesias protestantes está en la mentalidad con que el protestante lee e interpreta la Biblia.
El protestante, en general, tiene este criterio para leer la Biblia: ¡Sólo la Biblia!, y su interpretación es personal.


El protestante, hablando en general, cree que la sola Biblia contiene y manifiesta por sí misma toda la revelación de Dios.
No necesita de la Tradición viva de la Iglesia.
La Biblia, por ser Palabra de Dios, es inteligible por sí misma.
La iluminación que el Espíritu Santo pone en el corazón de cada uno -dice- basta para interpretar correctamente la Palabra de Dios.
Y así, por principio y en general, el protestante prescinde de la Tradición de la Iglesia, de la historia de la Biblia y de su complejidad humana.


Esto es un grave error desde la perspectiva bíblica católica.
Pero eso no quita que este amor por la Biblia haya producido entre los protestantes grandes biblistas de fama internacional, y ha impulsado a muchos dentro del protestantismo a «vivir el Evangelio» y «a seguir a Cristo», de mil formas auténticamente cristianas, y con inmensa libertad de espíritu, muy en la línea de San Pablo y de San Francisco de Asís.


2. ¿Es suficiente la sola Biblia?


La exagerada concepción de la sola Biblia ha llevado al protestantismo a di-fundir la Biblia como sea, por millones, en ediciones sin ninguna explicación orientadora, dejando la interpretación a gusto del lector.
Con igual criterio, se ha traducido la Biblia precipitadamente a otras culturas o lenguas aborígenes e insuficientemente conocidas, originando innumerables nuevas y diversas Iglesias autóctonas, sincretistas e indefinibles.
(Se dice que en Africa han surgido ya más de 2.000 nuevas y diversas Iglesias protestantes, autóctonas, y que algo muy parecido está sucediendo en Asia).


El libre examen de la Biblia dentro del protestantismo ha creado el mayor libertinaje interpretativo.
Muchos han entendido la inspiración bíblica en forma verbal y literal, cayendo en un fundamentalismo bíblico totalmente desfasado. Otros han juzgado la Biblia como un libro meramente humano.
Han pululado predicadores del Evangelio independientes, sin ninguna filiación eclesial.
Se ha caído en el «biblismo» y en el «bibliocentrismo» (absolutización de la Biblia), y hasta en «bibliolatrías» (culto idolátrico a la Biblia).


En el siglo pasado proliferaron, especialmente en Estados Unidos, Iglesias escatológicas, sobrevalorando casi exclusivamente el libro del Apocalipsis, fijando fechas para el fin del mundo, señalando con el dedo al Anticristo, proclamando exactamente cuántos y quiénes se van a salvar y excluyendo al resto del mundo, cristianos o no, como paganos y abominables...


En fin, con la Biblia en la mano se ha llegado a actitudes realmente fanáticas, totalmente antiecuménicas, esclavizantes e irracionales.
Por eso un poeta dijo con desprecio y con burla acerca de los que interpretan la Biblia a su gusto: «Inventan sus propias doctrinas, las apoyan en la Biblia y las tienen por divinas».


Queridos hermanos, como verdaderos católicos debemos esperar que pronto llegue el tiempo que leamos juntos con los hermanos protestantes la Biblia con espíritu de unión, de amor, de paz y de fraternidad universal.


Meditemos la oración de Jesús por el Nuevo Pueblo Santo:


«Padre, ha llegado la hora.


No ruego solamente por ellos, sino también


por todos aquellos que por su palabra


creerán en mí.


Que todos sean uno


como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti.


Sean también uno en nosotros;


así el mundo creerá


que tú me has enviado»


(Jn. 17,7 y 20,22).


Que seamos capaces de leer la Biblia con una mentalidad liberadora: Cristo, Dios-Hombre, es de todos, El es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida (Jn. 14, 6).
La historia humana es esencialmente una historia de amor y de salvación en Cristo (Col. 1, 13-20; Ef. 1, 3-14).


Resumiendo: Valoramos en su justa medida el amor que los evangélicos sien-ten por la Biblia.
Ojalá que los católicos tengamos también un gran aprecio por el libro santo y sea nuestro libro de cabecera.
Pero para nosotros la Biblia y la Tradición tienen que ir de la mano y no se pueden separar.
Y la garantía de la Tradición nos la da el Magisterio de la Iglesia, representado por el Papa.


Gracias a este Magisterio, la Iglesia Católica puede decir: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo.
Y también «Creo en la Iglesia Una, Santa, católica y apostólica».

martes, 27 de septiembre de 2011

¿Cómo estudiar la Biblia?



Queridos hermanos:


Hoy día en muchas familias católicas encontramos la Biblia como el libro sagrado de la casa.
Ojalá que pronto llegue el día que cada católico sea un asiduo lector de la Escritura Sagrada.



Pero muchos que comienzan a leerla, después de algunos capítulos la dejan de lado por no comprender casi nada.
Dicen que leer la Biblia les resulta difícil.
Es un libro tan largo y a veces difícil, especialmente para uno que sabe poca historia y poca geografía, y no tiene costumbre de ubicar lo que lee en su propio contexto.



También se da el caso de católicos que, comienzan a leer la Biblia, y se dejan llevar por interpretaciones parciales, caprichosas y fanáticas que poco a poco lo llevan a uno a adherir, por mero sentimentalismo, a algunas de las muchas sectas bíblicas ya existentes, apartándose, por ignorancia, de la Iglesia Católica.


Y no faltan los que quieren leer toda la Biblia sin alguna explicación; o toman la Biblia como un juego de naipes abriendo el libro al azar, o saltando por aquí o por allá y piensan que Dios automáticamente les comienza a hablar.
Es un riesgo muy grande; es como jugar a la suerte.



Para evitar estos peligros, no basta leer la Biblia con fe y devoción.
Hay que juntar la fe, la oración y la devoción con el estudio. Leer la Biblia sin una adecuada preparación es tentar a Dios.
Hay que prepararse para leerla.
Si no, puede suceder cualquier cosa.
La historia de nuestra fe es así.



Queridos hermanos, esta carta tiene como finalidad introducirnos en el estudio de la Biblia.
Hoy, más que nunca, debemos tener una cierta preparación para iniciar una lectura seria de la Biblia.
Para muchos, la Biblia sigue siendo un hermoso libro cerrado que adorna nuestra biblioteca.
El problema es:
¿cómo leer, cómo comenzar con este libro?
Siempre ha sido difícil la iniciación a la lectura de la Biblia.
Exige de nosotros paciencia, humildad, serenidad y una cierta disciplina intelectual.



En esta carta vamos a indicarles algunos consejos prácticos para comenzar el estudio de la Biblia.


1. Las mejores Biblias


Muchas personas se preguntan cómo conseguir una buena edición moderna de la Biblia Católica.


Hoy existen muy buenas Biblias católicas; les recomendamos la Biblia de Jerusalén, la Biblia Latinoamericana y otras.


Da pena ver gente ansiosa de conocer la Biblia y lo hace con ediciones demasiado antiguas, incluso incompletas, sin introducciones, ni comentarios; o con ediciones de bolsillo que está bien para llevarlas a un paseo pero no para hacer estudios serios con ellas.


2. Una Biblia de uso personal


Conviene que cada persona tenga su propia Biblia en la que libremente vaya subrayando los textos más importantes o más significativos en relación con nuestra vida de fe, con nuestro seguimiento de Cristo, con nuestra vida de oración, de evangelización, etc.
E incluso uno va poniendo anotaciones personales, inquietudes originadas de la propia reflexión y experiencia pastoral, apuntes tomados de cursillos, retiros, libros... Sólo así se aprenden las cosas, y con gusto.



3. Conocer bien la propia Biblia


Es decir, antes de estudiar el texto sagrado, hay que echar un vistazo general a la edición de su Biblia; ver qué dicen los editores sobre el manejo del libro, ver cómo se citan los libros, qué introducciones hay, qué notas, mapas, o temas especiales, etc... Esto puede ahorrar mucho tiempo y trabajo.
No hay por qué anotar en cuadernos o papelitos cosas que ya están muy bien puestas en las notas más importantes.



Así por ejemplo, la Biblia Latinoamericana pone una especie de introducción muy buena, titulada:
«¿Qué hubo en el mundo antes de la Biblia?».
También tiene un «Indice del Evangelio» bien práctico y una serie de temas breves con el título de «La enseñanza bíblica» que pueden ayudar mucho. Además hay otros temas.



La Biblia de Jerusalén, entre tantas cosas excelentes, trae casi al final una sinopsis cronológica muy útil para ubicar los acontecimientos bíblicos dentro de la historia, de la geografía y de las otras culturas relacionadas con la Biblia.
La Nueva Biblia Española tiene, al final, un vocabulario bíblico teológico muy bueno. Cada uno debe familiarizarse bien con su propia Biblia.



4. Leer y estudiar las Introducciones


Es muy conveniente leer las Introducciones que se ponen a cada libro o a los diversos grupos de libros.
Casi todas las Biblias modernas católicas tienen muy buenas introducciones.
La Biblia de Jerusalén es excelente en este punto y es la que ha inspirado casi todas las ediciones posteriores de la Biblia.



Algunas personas se dedican primero a leer y estudiar todas las introducciones de cada libro y luego comienzan la lectura del texto bíblico mismo.
Es lo mejor.



5. Leer y meditar la Biblia


A continuación, ya se puede comenzar a leer y a estudiar el texto bíblico.
Pero la Biblia es muy larga, y para todos nosotros nos resultará muy difícil, si no imposible, leerla toda desde la primera página hasta la última.
Por tanto, hay que ser prácticos.



Si es la primera vez que te acercas a la Biblia, te proponemos un itinerario de lectura:


a) Empieza con el Evangelio de San Lucas.
En él podrás conocer los rasgos más atrayentes de Jesús de Nazaret, nacido de María.



b) Continúa con el libro de los Hechos de los Apóstoles. Allí podrás ver la hermosa actividad de la Iglesia naciente.


c) Después te recomendamos volver a los Evangelios, primero Marcos, luego el de Mateo y finalmente el de Juan.


Puedes intercalar, al fin, la lectura de alguna Carta de los Apóstoles: por ejemplo, a los Corintios, los Tesalonicenses, etc.


Otra forma es tener un calendario litúrgico y leer las lecturas que corresponden al día.


6. El Nuevo Testamento


Para el cristiano lo más importante son los cuatro Evangelios, que son el alma de toda la Biblia, y luego los otros libros del Nuevo Testamento.
Eso ha de ser el objetivo constante de nuestra lectura o estudio.
Pero es bueno conocer, siquiera básicamente, el Antiguo Testamento: Génesis, Exodo, Deuteronomio, Josué, 1 y 2 de Samuel, 1 y 2 de Reyes, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar, Sabiduría, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Amós, Miqueas, Jonás.



7. Lectura y meditación de la Biblia


Después de haber leído la introducción de un libro, comienza a leer el texto mismo.
No te apresures en leer todo de una vez. Lee solamente un pasaje, o un párrafo.
Lee con atención y respeto, abriendo tu corazón a lo que Dios te quiere expresar. Subraya los textos que te impactan.



En la primera lectura de un texto, te conviene leer siempre las notas explicativas que se encuentran debajo del texto bíblico.
Estas notas explicativas y los comentarios van a clarificarte la comprensión de los textos bíblicos más difíciles.
Son explicaciones escritas por especialistas y hay que tratar de entenderlas y, normalmente, han de ser aceptadas con confianza.
Muchas personas, por no leer atentamente las notas explicativas quedan sin comprender un texto en su contexto propio, sin comprender los diversos estilos y doctrinas, y luego abandonan la lectura por aburrimiento.



Los cursillos bíblicos intensivos, con un buen profesor, pueden ayudar mucho, y quizás sean imprescindibles para comprender ciertos problemas y notas técnicas.


Y ahora, ¡a comenzar!... Trata de organizar tu vida de tal manera que todos los días encuentres un momento de 5 a 10 minutos para la Biblia. Busca un lugar tranquilo.
Lee sistemáticamente, no saltando de una parte a otra, ni abriendo el libro al azar. Nunca leas la Biblia para satisfacer tu curiosidad o sólo para saber más, sino para indagar lo que Dios quiere decirte.
Pues la Biblia es la Palabra de Dios, es la carta que El envía a sus hijos.
En la Biblia no busques ciencia, sino sabiduría. No tengas miedo de subrayar y poner anotaciones en tu Biblia.
La Biblia no es un libro para guardar, sino para ser leída. Dice san Jerónimo: «No debes retirarte al descanso nocturno sin haber llenado tu corazón con una pequeña parte de la Palabra de Dios».



Principales Biblias Católicas


Entre las Biblias Católicas más conocidas, y más usadas hoy entre nosotros, están las siguientes:


1. La Biblia de Jerusalén: Se llama así sencillamente por haber sido preparada por un numeroso equipo internacional de biblistas, bajo la dirección de la famosa «Escuela Bíblica de Jerusalén». Apareció primeramente en francés (1956), de la que se sacó la primera edición española en 1967. Luego ha seguido una segunda edición española en 1975, revisada y mejorada.


Es la mejor Biblia desde el punto de vista crítico, teológico y académico, con notas explicativas.
Su criterio ha influido decididamente en todas las otras ediciones de la Biblia. Es imprescindible para un estudio serio de la Biblia.
Sin embargo el precio de esta Biblia es generalmente muy elevado.







2. La Biblia Latinoamericana: Se la conoce con este nombre, ya muy popularizado. Fue preparada por un equipo latinoamericano de pastoral.
Ya han salido, al menos, 81 ediciones (1990).
Tiene el mérito de estar muy adaptada al lenguaje latinoamericano y, sobre todo, en las introducciones y comentarios refleja muy bien la realidad y problemática socio-político-religiosa de América Latina.
Ha recibido muchas alabanzas y fuertes críticas de distintos sectores de la Iglesia y de la sociedad.
En nuestro medio ambiente y para fines pastorales es, con mucho, la mejor Biblia.
Generalmente no es un libro muy caro; muchas veces ha sido subvencionada para el bien del pueblo.



También existe un Nuevo Testamento Latinoamericano, que es la parte más importante de toda la Biblia Latinoamericana.


3. Otras Biblias: Hay también muchas otras ediciones católicas de la Biblia, todas muy buenas, aunque no hayan tenido, en nuestro medio, el éxito de las dos mencionadas.
Entre éstas no podemos dejar de nombrar las Biblias: Nacar-Colunga y la Nueva Biblia Española de Juan Mateo.



El gran valor de estas ediciones modernas de la Biblia es, sobre todo, que se basan en los textos originales (hebreo-griego), y no en la Vulgata Latina como anteriormente se hacía.
Además en sus introducciones y comentarios recogen lo mejor de las investigaciones bíblicas modernas.



Ultimamente apareció la Biblia de Estudio de las Sociedades Bíblicas, elaborada por biblistas católicos y evangélicos, y que cuenta con el respaldo del CELAM para ser utilizada en América Latina.


Quien medita cada día


la sagrada ley divina


con esta meditación


a la gloria se encamina.


Quien medita cada día


las Sagradas Escrituras


verá la mano de Dios


en todas las criaturas.

Los libros de la Biblia


Queridos amigos y hermanos:


Hoy día vamos a conversar sobre la Biblia:
¿Cuántos libros tiene la Biblia?
¿Qué diferencias hay entre las Biblias católicas y las Biblias protestantes?
La Biblia no es un solo libro, como algunos creen, sino una biblioteca completa.
Toda la Biblia está compuesta por 73 libros, algunos de los cuales son bastante extensos, como el del profeta Isaías, y otros son más breves, como el del profeta Abdías.


Estos 73 libros están repartidos de tal forma, que al Antiguo Testamento (AT) le corresponden 46, y al Nuevo Testamento (NT) 27 libros.


De vez en cuando suele caer en nuestras manos alguna Biblia protestante, y nos llevamos la sorpresa de que le faltan siete libros, por lo cual tan sólo tiene 66 libros.


Este vacío se encuentra en el A.T. y se debe a la ausencia de los siguientes libros: Tobías, Judit, 1 Macabeos, 2 Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y el de Baruc.


¿Por qué esta diferencia entre la Biblia católica y la protestante?


Es un problema histórico-teológico muy complejo.
Resumiendo mucho, trataremos de contestar esta pregunta.


Primero vamos a explicar cómo se formó la colección de libros sagrados del A.T. dentro del pueblo judío.
Y luego veremos cómo los cristianos aceptaron estos libros del A.T. junto con los libros del N.T. para formar la Biblia completa.


1. La antigua comunidad judía de Palestina


En tiempos de Jesucristo, encontramos que en Palestina el pueblo judío sólo aceptaba el A.T.
Y todavía no habían definido la lista completa de sus libros sagrados, es decir, seguía abierta la posibilidad de agregar nuevos escritos a la colección de libros inspirados.


Pero desde hacía mucho tiempo, desde alrededor de los años 600 antes de Cristo, con la destrucción de Jerusalén y la desaparición del Estado judío, estaba latente la preocupación de concretar oficialmente la lista de libros sagrados.
¿Qué criterios usaron los judíos para fijar esta lista de libros sagrados?


Debían ser libros sagrados en los cuales se reconocía la verdadera fe de Israel, para asegurar la continuidad de esta fe en el pueblo.
Había varios escritos que parecían dudosos en asuntos de fe, e incluso francamente peligrosos, de manera que fueron excluidos de la lista oficial.
Además aceptaron solamente libros sagrados escritos originalmente en hebreo (o arameo).
Los libros religiosos escritos en griego fueron rechazados por ser libros muy recientes, o de origen no-judío.
(Este último dato es muy importante, porque de ahí viene después el problema de la diferencia de libros.)


Así se fijó entonces una lista de libros religiosos que eran de verdadera inspiración divina y entraron en la colección de la Escritura Sagrada.
A esta lista oficial de libros inspirados se dará, con el tiempo, el nombre de «Canon», o «Libros canónicos».
La palabra griega Canon significa regla , norma, y quiere decir que los libros canónicos reflejan «la regla de vida», o «la norma de vida» para quienes creen en estos escritos.
Todos los libros canónicos de la comunidad de Palestina eran libros originalmente escritos en hebreo-arameo.


Los libros religiosos escritos en griego no entraron en el canon, pero recibieron el nombre de «apócrifos», «libros apócrifos» (= ocultos), porque tenían doctrinas dudosas y se los consideraba «de origen oculto».


En el primer siglo de nuestra era (año 90 después de Cristo) la comunidad judía de Palestina había llegado a reconocer en la práctica 39 libros como inspirados oficialmente.


Esta lista de los 39 libros de A.T. es el llamado «Canon de Palestina», o «el Canon de Jerusalén».


2. La comunidad judía de Alejandría


Simultáneamente existía una comunidad judía en Alejandría, en Egipto.
Era una colonia judía muy numerosa fuera de Palestina, pues contaba con más de 100.000 israelitas.
Los judíos en Egipto ya no entendían el hebreo, porque hacía tiempo habían aceptado el griego, que era la lengua oficial en todo el Cercano Oriente.
En sus reuniones religiosas, en sus sinagogas, ellos usaban una traducción de la Sagrada Escritura del hebreo al griego que se llamaba «de los Setenta».
Según una leyenda muy antigua esta traducción «de los Setenta» había sido hecha casi milagrosamente por 70 sabios (entre los años 250 y 150 antes de Cristo).


La traducción griega de los Setenta conservaba los 39 libros que tenía el Canon de Palestina (canon hebreo), más otros 7 libros en griego.
Así se formó el famo-so «Canon de Alejandría» con un total de 46 libros sagrados.


La comunidad judía de Palestina nunca vio con buenos ojos esta diferencia de sus hermanos alejandrinos, y rechazaban aquellos 7 libros, porque estaban escritos originalmente en griego y eran libros agregados posteriormente.


Era una realidad que, al tiempo del nacimiento del cristianismo, había dos grandes centros religiosos del judaísmo: el de Jerusalén (en Palestina), y el de Alejandría (en Egipto).
En ambos lugares tenían autorizados los libros del A.T: en Jerusalén 39 libros (en hebreo- arameo), en Alejandría 46 libros (en griego).


3. Los primeros cristianos y los libros sagrados del A.T.


El cristianismo nació como un movimiento religioso dentro del pueblo judío.
Jesús mismo era judío y no rechazaba los libros sagrados de su pueblo.
Además los primeros cristianos habían oído decir a Jesús que El no había venido a suprimir el A.T.
sino a completarlo (Mt. 5, 17).
Por eso los cristianos reconocieron también como libros inspirados los textos del A.T. que usaban los judíos.


Pero se vieron en dificultades.
¿Debían usar el canon breve de Palestina con 39 libros, o el canon largo de Alejandría con 46 libros?


De hecho, por causa de la persecución contra los cristianos, el cristianismo se extendió prioritariamente fuera de Palestina, por el mundo griego y romano.
Al menos en su redacción definitiva y cuando en los libros del N.T. se citaban textos del A.T.
(más de 300 veces), naturalmente se citaban en griego, según el Canon largo de Alejandría.


Era lo más lógico, por tanto, que los primeros cristianos tomaran este Canon griego de Alejandría, porque los mismos destinatarios a quienes debían llevar la palabra de Dios todos hablaban griego.
Por lo tanto, el cristianismo aceptó desde el comienzo la versión griega del A.T. con 46 libros.


4. La reacción de los judíos contra los cristianos


Los judíos consideraban a los cristianos como herejes del judaísmo.
No les gustó para nada que los cristianos usaran los libros sagrados del A.T.
Y para peor, los cristianos indicaban profecías del A.T.
para justificar su fe en Jesús de Nazaret.
Además los cristianos comenzaron a escribir nuevos libros sagrados: el Nuevo Testamento.


Todo esto fue motivo para que los judíos resolvieran cerrar definitivamente el Canon de sus libros sagrados.
Y en reacción contra los cristianos, que usaban el Canon largo de Alejandría con sus 46 libros del A.T., todos los judíos optaron por el Canon breve de Palestina con 39 libros.


Los 7 libros griegos del Canon de Alejandría fueron declarados como libros «apócrifos» y no inspirados.
Esta fue la decisión que tomaron los responsables del judaísmo en el año 90 después de Cristo y proclamaron oficialmente el Canon judío para sus libros sagrados.


Los cristianos, por su parte, y sin que la Iglesia resolviera nada oficialmente, siguieron con la costumbre de usar los 46 libros como libros inspirados del A.T.
De vez en cuando había algunas voces discordantes dentro de la Iglesia que querían imponer el Canon oficial de los judíos con sus 39 libros.
Pero varios concilios, dentro de la Iglesia, definieron que los 46 libros del A.T. son realmente libros inspirados y sagrados.


5. ¿Qué pasó con la Reforma?


En el año 1517 Martín Lutero se separó de la Iglesia Católica.
Y entre los muchos cambios que introdujo para formar su nueva iglesia, estuvo el de tomar el Canon breve de los judíos de Palestina, que tenía 39 libros para el A.T.
Algo muy extraño, porque iba en contra de una larga tradición de la Iglesia, que viene de los apóstoles.
Los cristianos, durante más de 1.500 años, contaban entre los libros sagrados los 46 libros del A.T.


Sin embargo, a Lutero le molestaban los 7 libros escritos en lengua griega y que no figuraban en los de lengua hebrea.


Ante esta situación los obispos de todo el mundo se reunieron en el famoso Concilio de Trento y fijaron definitivamente el Canon de las Escrituras en 46 libros para el A.T. y en 27 para el N.T.


Pero los protestantes y las muchas sectas nacidas de ellos, comenzaron a usar el Canon de los judíos palestinos que tenían sólo 39 libros del AT.


De ahí vienen las diferencias de libros entre las Biblias católicas y las Biblias evangélicas.


6. Los libros canónicos


Los 7 libros del A.T. escritos en griego han sido causa de muchas discusiones.
La Iglesia Católica dio a estos 7 libros el nombre de «libros deuterocanónicos».
La palabra griega «deutero» significa Segundo.
Así la Iglesia Católica declara que son libros de segunda aparición en el Canon o en la lista oficial de libros del A.T.
porque pasaron en un segundo momento a formar parte del Canon.


Los otros 39 libros del A.T., escritos en hebreo, son los llamados «libros protocanónicos».
La palabra «proto» significa «Primero», ya que desde el primer momento estos libros integraron el Canon del A.T.


7. Qumram


En el año 1947 los arqueólogos descubrieron en Qumram (Palestina) escritos muy antiguos y encontraron entre ellos los libros de Judit, Baruc, Eclesiástico y 1 de Macabeos escritos originalmente en hebreo, y el libro de Tobías en arameo.
Quiere decir que solamente los libros de Sabiduría y 2 de Macabeos fueron redac-tados en griego.
Así el argumento de no aceptar estos 7 libros por estar escritos en griego ya no es válido. Además la Iglesia Católica nunca aceptó este argumento.


8. Consideraciones finales


Después de todo, nos damos cuenta de que este problema acerca de los libros, es una cuestión histórico-teológica muy compleja, y con diversas interpretaciones y apreciaciones.
Con todo, es indudable que la Iglesia Católica, respecto a este punto, goza de una base histórica y doctrinal que, muy razonablemente, la presenta como la más segura.


Sin embargo, desde que Lutero tomó la decisión de no aceptar esta tradición de la Iglesia Católica, todas las iglesias protestantes rechazaron los libros Deuterocanónicos como libros inspirados y declararon estos 7 libros como libros «apócrifos».


En los últimos años hay, de parte de muchos protestantes, una actitud más moderada para con estos 7 libros e incluso se editan Biblias ecuménicas con los Libros Deuterocanónicos.


En efecto, han ido comprendiendo que ciertas doctrinas bíblicas, como la resurrección de los muertos, el tema de los ángeles, el concepto de retribución, la noción de purgatorio, empiezan a aparecer ya en estos 7 libros tardíos.


Por el hecho de haber suprimido estos libros se dan cuenta de que hay un salto muy grande hasta el N.T. (más o menos una época de 300 años sin libros inspirados).
Sin embargo estos 7 libros griegos revelan un eslabón precioso hacia el N.T.
Las enseñanzas de estos escritos muestran una mayor armonía en toda la Revelación Divina en la Biblia.


Por este motivo, se ven ya algunas Biblias protestantes que, al final, incluyen estos 7 libros, aunque con un valor secundario.


Quiera Dios que llegue pronto el día en que los protestantes den un paso más y los acepten definitivamente con la importancia propia de la Palabra de Dios, para volver a la unidad que un día perdimos.