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sábado, 15 de octubre de 2011

LA CONTRIBUCIÓN A LA IGLESIA


La contribución a la Iglesia

Queridos hermanos:


Hoy vamos a conversar un poco sobre nuestra contribución material a la Iglesia. Y, aunque a primera vista este tema aparezca un poco ajeno a lo que estamos tratando, en realidad no es así, sino que, en realidad, condiciona la misión de la Iglesia.


Efectivamente, Nuestro Señor Jesucristo antes de subir al cielo dijo a sus discípulos estas hermosas palabras: «Vayan por todo el mundo y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt. 28, 19) He aquí su glosa:


El día de la Ascensión


con un gozo muy profundo


Jesús dijo por el mundo


lleven mi predicación.


Por todo pueblo y nación


prediquen la santa fe,


Yo los acompañaré


hasta el final de los tiempos


y en la cruz y en el tormento


con ustedes Yo estaré.


El mandato de Jesús


Lo primero que percibimos en las palabras de Jesús es que aquí hay un mandato: Anunciar y propagar la Buena Nueva a través de todo el mundo.


Ello se hace con la dedicación y esfuerzo del Papa, de los obispos y sacerdotes, de los catequistas, de los misioneros y de todos los que son consecuentes con su bautismo.
Cada cristiano, en razón de su bautismo, está llamado a cooperar a la hermosa tarea de Evangelización que Jesús nos dejó.


Pero para cumplir con este mandato, además de recursos humanos y de la gracia del Espíritu Santo, se necesitan también recursos materiales.
Es necesario preparar personal, construir seminarios, locales para reuniones, templos, parroquias, capillas, obras de caridad, etc.
No podemos evangelizar sin contar con los medios necesarios para el apostolado.
No debemos «tentar a Dios» pensando que El va a arreglar todo milagrosamente.


El refrán dice: «A Dios rogando y con el mazo dando».
Dios nos ha dado manos y la inteligencia para solucionar los problemas que se presentan en el camino.
De ahí la necesidad de que todos los bautizados cooperen también materialmente a la extensión del Reino.


Y
¿en qué se fundamenta esta obligación?


Este deber tiene, por supuesto, un fundamento bíblico.


En el ANTIGUO TESTAMENTO:


Moisés en el Deuteronomio muestra el profundo sentido del diezmo o primicia, que nació como una forma de agradecer a Dios por todos los dones recibidos (Deut. 12, 6-9 y 14, 22-28).


En el NUEVO TESTAMENTO:


- Jesús es presentado al templo y hace su ofrenda (Lc. 2, 24).


- Jesús paga el impuesto al templo (Mt. 17, 24-27).


- Jesús elogia a la pobre viuda (Lc. 21, 1-4).


- Jesús necesita y pide cinco peces y dos panes (Jn. 6, 9).


En la Iglesia primitiva


En la primera comunidad los cristianos compartían todo (Hch. 2, 42).


San Pablo pide a los Romanos una colecta para gastos de viaje (Rom. 15, 24).


Además, la comunión de bienes materiales es signo de la comunión en la fe y en el amor.
Y al ofrecer dinero, uno se ofrece a sí mismo (2 Cor. 8, 5).


¿Cumple el cristiano con esto dando una limosna?


A veces los cristianos colaboran con la Iglesia dando una limosna en la Misa, en las Campañas de Cuaresma o con motivo de una colecta especial. Sin duda que esto es bueno y hay que hacerlo, pero ninguna de estas colaboraciones dispensa del compromiso mensual del cristiano con su Parroquia.


¿Cuál es la situación real de los católicos en nuestro país?


En nuestro país el porcentaje de católicos comprometidos con su iglesia es muy bajo.
Esta situación, de por sí, ya revela una gran falta de madurez.
Sólo gracias a la generosidad de otras Iglesias extranjeras se pueden mantener las obras de la Iglesia.
Pero esta dependencia es incompatible con la condición de una Iglesia adulta. Tenemos que comprometernos.


¿A qué nos llama hoy la Iglesia?


La Iglesia nos llama a asumir este compromiso con sentido misionero. Algunos, pocos, ya lo hacen, y lo cumplen sagradamente todos los meses. Sigan cooperando sabiendo «que Dios ama al que da con alegría» (2 Cor. 9,7).


A quienes todavía no se han inscrito, la Iglesia los invita a hacerlo cuanto antes.
Si usted es uno de ellos, vaya a su parroquia, pregunte e intégrese al grupo de cristianos comprometidos.
No lo deje para otro día.


Asuma el compromiso en familia


¡Qué hermoso es cuando el papá o la mamá conversan sobre esto con sus hijos, los educan en este compromiso y mes a mes van cumpliendo generosamente con este deber! Ahí sí que experimentan el gozo y la alegría de ser cristianos.


¿Por qué hay tantos católicos pasivos en nuestra Iglesia?
¿Por qué entre los católicos hay tan poca conciencia de pertenecer a la Iglesia?
Sin duda por la falta de compromiso en lo económico.
¿Y por qué avanzan tanto las sectas?
En parte porque son sumamente exigentes en este punto.
Es frecuente que un católico que nunca ha colaborado económicamente con su Iglesia, se pasan a las sectas e inmediatamente se compromete a pagar el diezmo.


Piense, además, cuántos misioneros laicos y sacerdotes se comprometen de por vida con el Señor. Pregúntese:
¿Hasta dónde llega mi compromiso con Cristo?
¿Soy de los que tan sólo me gusta recibir en la Iglesia, o soy de los que están prontos a cooperar, siquiera con un granito de arena para que la causa del Reino siga avanzando?


Hermano mío. Si todos cumplimos, la obra del Reino irá creciendo de día en día y nuestra Iglesia irá avanzando.
Si no cumplimos, algo quedará por hacer.


Finalmente una pregunta:
¿Cómo quisiera ver usted a su Iglesia?
¿La quiere ver hermosa, sin mancha ni arruga, y que avance cada día?


Inscríbase hoy mismo como contribuyente y sentirá que también usted es parte de la Iglesia.


Medite estas décimas:
Este es el primer deber


que tiene todo cristiano


ayudar desde temprano


al progreso de la Fe.


Nadie se margine pues


de este hermoso compromiso


comprométase de fijo


a sacar esta tarea


y verá como la Iglesia


va cumpliendo su destino.


Si usted tiene un buen hogar


y también trabajo estable


comprométase cuanto antes


y sin hacerse rogar.


El Señor lo ayudará


téngalo por entendido


con su esposa y con sus hijos


cumpla, pues, con su tarea


y verá como la Iglesia


va cumpliendo su destino.


Resumiendo:


Desde el momento en que un católico coopera con su Iglesia ya está trabajando por extender el Reino.
Y al contrario, quien pudiendo no colabora, está frenando la acción misionera de su Iglesia.


El verdadero católico colabora con su Iglesia.


El que es católico a su manera sólo quiere recibir de su Iglesia, pero nunca está dispuesto a cooperar.


Piénselo bien: Dios nos da la vida, la salud, el tiempo...


Y nos pide tan poco.
Unas miguitas que, sumadas a las de otros cristianos, harán posible el crecimiento del Reino.


Si usted colabora activamente podrá decir con orgullo: Yo soy socio de mi Iglesia. Yo también soy misionero y ayudo con lo que puedo.
Ahora bien, si usted no tiene recursos o no tiene trabajo y es tan pobre que no puede cooperar, no se haga problema.
Dios ve su buena voluntad.


He aquí unos versitos que nos llaman a participar en la misión:


Cada uno tiene un don


una gracia y un talento


para que el Reino de Dios


vaya siempre en aumento.


Vamos todos a la Viña


a la Viña del Señor


y hagamos un mundo nuevo


un mundo nuevo y mejor.


En los Hechos se asegura


que los primeros cristianos


se ayudaban mutuamente


como auténticos hermanos.


Este es el gran mandato


que dejó Nuestro Señor:


anunciar la Buena Nueva


y hacer un mundo mejor.


Coopere sin demora


y con gozo muy profundo


a extender la Buena Nueva


a través de todo el mundo.


Nuestra Santa Madre Iglesia


tiene el sagrado deber


de anunciar al mundo entero


las riquezas de la fe.


Para hacer esta tarea


a través del mundo entero


nuestra Iglesia necesita


de su aporte y su dinero.

viernes, 14 de octubre de 2011

VISIÓN DE LOS CATÓLICOS Y DE LOS EVANGÉLICOS SOBRE LA IGLESIA




Visión de los católicos y de los evangélicos sobre la Iglesia


Queridos hermanos católicos:


Nuestros hermanos evangélicos nos dicen muchas veces: Sólo Cristo salva, la Iglesia no salva.


Es decir, los hermanos evangélicos aceptan solamente la fe en Jesucristo y su Palabra y no aceptan que la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, fue instituida por El mismo y es mediante ella que Cristo quiere salvar a los hombres.


Esta enseñanza de los evangélicos es muy atractiva y tentadora, porque simplifica bastante la religión: basta tener fe en Jesucristo y en su Palabra y uno se salva; no necesita nada de Iglesia ni de sacramentos, nada de Jerarquía ni menos de obediencia al Papa.


Nosotros los católicos debemos preguntarnos muy en serio si este concepto evangélico acerca de la Iglesia es correcto o no, o es sólo una verdad a medias.


En esta carta trataré de exponer las dos visiones de Iglesia: la de los católicos y la de los evangélicos.
Creo sinceramente que éste es el punto clave de la triste situación entre los cristianos de hoy.
No es mi intención ofender a mis hermanos evangélicos.


No es el gusto por discutir lo que me hace escribir esta carta, sino que es el amor por la verdad lo que me mueve a escribir estas palabras y sólo la verdad nos hará libres (Jn. 8, 32).


Cuando aquí hablo de los evangélicos, me refiero a los miembros de las distintas Iglesias que tienen su origen en la Reforma del siglo XVI. Mientras nosotros los católicos hablamos de «las iglesias protestantes» (por su protesta contra la Iglesia católica), los protestantes prefieren hablar de «las iglesias evangélicas» o «los evangélicos», por su vuelta radical al Evangelio.


En general, todas las Iglesias evangélicas siguen el concepto de Iglesia que les fue entregado por los grandes reformadores: Lutero, Calvino, Zwinglio.
Por eso es importante ver primero lo que pasó en el siglo XVI.


Pero antes de leer esta carta, les recomiendo que lean mi carta anterior:


«¿Quiso Jesús una sola Iglesia?».


Allí encontraremos una profunda reflexión bíblica acerca de la unión misteriosa entre Jesucristo y su Iglesia: Aquella meditación nos hace ver que aceptar a Cristo es también aceptar a su Iglesia.


Un poco de historia


Al terminar la Edad Media, la Iglesia Católica se encontraba en una triste situación religiosa y moral que alcanzaba hasta las más altas jerarquías eclesiásticas.
Buscar honores, diversiones y dinero era la aspiración común entre la mayorías de los sacerdotes, obispos, cardenales y Papas.
Y en la vida de los cristianos se manifestaron muchas prácticas y devociones religiosas muy dudosas.


La autoridad de la Iglesia no se comprendía ya como una autoridad divina, y la obediencia a la Iglesia no se entendía ya como un acto de Fe.
El sentido profundo y misterioso de la Iglesia como Cuerpo de Cristo se oscureció.
Es decir, la Iglesia como «Cuerpo Místico de Cristo» no funcionó más en la vida de los cristianos. Y la imagen exterior de la Iglesia, con sus grandes desviaciones humanas, se confundió con el misterio de la Iglesia.


La situación de la Iglesia de aquella época era fatal y llevó a Lutero, con su gran preocupación pastoral, a reformar y finalmente a romper con esta Iglesia.
En el fondo Lutero rechazó un catolicismo que no era católico.


El concepto de Iglesia según los Evangélicos


Lutero y los reformadores niegan que Jesús quiso una Iglesia.
Y para ellos la Iglesia no es una institución de salvación y de gracia. Ellos creen que es solamente por medio del Evangelio y de la Palabra que el Espíritu Santo provoca el acto de fe y realiza así la justificación (salvación) del hombre.
Y la Iglesia tiene una función secundaria: ser «servidora de la Palabra».


Explicando el misterio de la Iglesia, Lutero hizo la famosa distinción entre «Iglesia espiritual» (Iglesia con mayúscula), Iglesia invisible y entre «iglesia visible» (iglesia con minúscula).
Esta distinción sigue en la práctica viva hasta hoy entre los evangélicos.


1. La Iglesia espiritual (Iglesia con mayúscula).
Es una entidad invisible, escondida, interior y sin estructuras visibles, ni jerárquicas.
Esta Iglesia escondida existe allí donde la Palabra de Dios es predicada y escuchada en toda su pureza.
Es una realidad misteriosa e invisible, es la comunidad de fe (Iglesia «del Credo») que nació para la Palabra.
Y, según ellos, todos los verdaderos creyentes que escucharon y aceptaron el Evangelio puro pertenecen a esta Iglesia.
La Iglesia invisible es totalmente «una», nunca puede ser dividida y sólo Dios conoce sus miembros.
La Iglesia espiritual es el Cuerpo de Cristo.
Esta Iglesia escondida puede existir sin necesidad de una Iglesia visible.


2. La iglesia visible no es de institución divina y no tiene carácter absoluto con una autoridad divina y obligatoria.
Por supuesto que es necesaria una cierta organización y orden, pero la Iglesia en su forma externa es siempre relativa, puede caer en errores y ser infiel.
La Iglesia visible no es de ninguna manera una realidad sobrenatural y misteriosa.
Dice Lutero que ninguna frase de la Biblia está a favor de cualquier Iglesia visible.
La Palabra de Dios es el único signo externo que hace confrontar al hombre con la comunidad espiritual.
Y la función de la Iglesia visible es solamente ser «servidora de la Palabra».


Concluyendo, podemos decir que la Iglesia en la tierra, como comunidad de gracia y sobrenatural, es rechazada por los evangélicos.
La justificación (salvación) llega al hombre por la Palabra, y no por la Iglesia.


3. Los sacramentos de la Iglesia se reducen al mínimo: al bautismo y a la cena del Señor.
Pero no es verdad que la Iglesia por medio de los sacramentos produce un estado de gracia divino en el hombre. Los sacramentos únicamente tienen fuerza por la Palabra.
Sólo son expresiones de fe, y no dan la gracia por ellos mismos sino por la fe.
Los sacramentos no son de ninguna manera acciones de Cristo por medio de la Iglesia.


4. En cuanto al misterio de dirección de las comunidades, los evangélicos niegan el estado sacerdotal, porque dicen que los cristianos todos son sacerdotes.
No hacen falta intermediarios, ya que Dios salva al hombre directamente.
Cada cristiano es sacerdote de sí mismo y Cristo lo es de todos.
Por ello los evangélicos rechazan toda mediación de la Iglesia.
Y si hay un ministerio en la Iglesia, este ministerio es sólo «una función» como otros servicios dentro de la Iglesia.
El único y verdadero ministerio en la Iglesia se reduce a la predicación y al culto, pero no lo necesitan como un servicio a la unidad y menos como un ministerio sacerdotal de salvación.


El concepto católico de Iglesia


La Iglesia católica en su reflexión acerca del misterio de la Iglesia nunca ha hecho esta diferencia artificial entre «Iglesia espiritual» e «Iglesia visible».
No hay ninguna indicación clara en la Biblia para hacer esta separación.


1. La Iglesia Católica siempre ha seguido la dinámica de la encarnación, es decir, el Verbo (Cristo) se ha hecho visible, se ha hecho carne y ha entrado en la historia de los hombres.
Esta encarnación de Cristo prosigue de modo renovado en la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo acá en la tierra (Mt. 16, 13-20).
La Iglesia es la continuación de Cristo encarnado en este mundo.
Por eso la Iglesia de Cristo es al mismo tiempo comunidad visible y comunidad espiritual; es al mismo tiempo comunidad jerárquica por institución divina y Cuerpo místico de Cristo.
La Iglesia de Cristo es una sola realidad y tiene inseparablemente aspectos humanos y aspectos divinos y no son dos realidades distintas, como proclaman los evangélicos.
Ahí está el misterio de la Iglesia que sólo la Fe puede aceptar.


2. La revelación divina no se limita a la Palabra escrita, sino que está en la Palabra escrita (la Biblia) y en la Tradición de la Iglesia, que ayuda a comprenderla y actualizarla a través de los tiempos.
La revelación divina abarca la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición: «Manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñaron de palabra o por escrito (2 Tes. 2, 15).
Además la Iglesia de Cristo, guiada por el Espíritu Santo, es «columna de verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de «guardar el depósito de las sanas palabras recibidas de los apóstoles» (2 Tim. 1, 13).
Es decir, que el depósito de la fe (1 Tim. 6, 20 y 2 Tim 3,. 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia.


3. En la Iglesia de Cristo hay claramente aspectos objetivos creados por Dios y que de ninguna manera son creación humana.
Estas realidades creadas por Jesucristo, como el ministerio de la unidad, el ministerio de la verdad y la plenitud de la gracia en los sacramentos, son realidades divinas intocables e infalibles, y visibles aquí en la tierra.
Son aspectos objetivos que encuentran su origen en la institución divina. La Iglesia Católica no duda que ella es la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro, y que ella, con su Magisterio vivo y su enseñanza infalible, es la prolongación o encarnación de Cristo sobre la tierra.
La Iglesia Católica es consciente de que con sus sacramentos, que son realmente acciones de Cristo, comunica la plenitud de la gracia.
Y no puede ser de otra manera, porque ella existe por voluntad de Dios.
Y esta Iglesia visible en la tierra es, al mismo tiempo, el Cuerpo Místico de Cristo.


Por supuesto que podemos distinguir en la Iglesia un aspecto divino y un aspecto humano.
Pero cuando el católico habla de la Iglesia de Cristo, siempre se refiere a esta realidad divina y objetiva, que es intocable e infalible acá en la tierra.
La Iglesia de Cristo no es de origen humano y tiene definitivamente un carácter sobrenatural.
Y no podemos dudar de la autoridad divina que Cristo comunica por el Espíritu Santo a sus apóstoles y sus legítimos sucesores, el Papa y los obispos.


4. La Iglesia de Cristo es siempre y en todas partes la misma, también en épocas de decadencia, en tiempos de pobreza espiritual, y falta de comprensión, en tiempos de ignorancia y estrechez de miras.
Siempre la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Madre de todos los creyentes. Cristo siempre es la Cabeza de la Iglesia que es «una», «santa», «católica» y «apostólica»; y el Espíritu Santo es siempre el principio de vida de esta Iglesia.


Dijo Jesús a sus apóstoles: «Yo estoy con ustedes todos los días hasta que termine este mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no la podrán vencer» (Mt. 16, 18).
Podemos decir que ningún católico puede aceptar que la visión acerca de la Iglesia de los reformadores del siglo XVI sea una decisión definitiva.


Consideración final


Nosotros los católicos no podemos negar que Lutero era una personalidad profundamente religiosa, que buscó con toda honestidad y con abnegación el mensaje evangélico.
Su crítica contra la Iglesia tenía una intención auténticamente cristiana; la Iglesia debería repudiar siempre todo lo que no es evangélico.


El mérito de Lutero y la Reforma es que descubrieron de nuevo el centro del mensaje evangélico: sólo por la gracia y por la fe en la acción salvadora de Cristo, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que nos invita a realizar obras buenas.
Ningún católico va a negar este mensaje evangélico.
Pero Lutero tomó este núcleo del Evangelio y olvidó todo lo demás.
Esto es una simplificación del Evangelio que equivale a una amputación. Porque, si bien el núcleo es lo más importante, no lo es todo.


Lutero se vio forzado a construir un nuevo concepto de Iglesia y creó el concepto de una Iglesia escondida y una iglesia visible.
Pero esta visión acerca de dos iglesias no tiene una adecuada correspondencia con las Sagradas Escrituras y con la Tradición Apostólica. Sin duda este nuevo concepto de Iglesia que creó Lutero es el punto de mayor dificultad entre católicos y evangélicos.


Los evangélicos actualmente no tienen culpa del hecho de esta desunión y no están privados de sentido y de fuerza en el misterio de salvación.
Pero un católico nunca podrá aceptar esta opinión: «Cristo salva, la Iglesia no salva». Es presentar un cristianismo mutilado, es una verdad a medias.
Aceptar a Cristo significa aceptar a su Iglesia.
La Iglesia es, por tanto, el «Cristo total» , su proyección y encarnación en el tiempo.
El Concilio Vaticano en la Lumen Gentium (Nro. 14) tiene una frase que da mucha luz al respecto: «Enseña que la Iglesia peregrina es necesaria para la salvación... y no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia Católica fue instituida por Jesucristo, como necesaria, desdeñaran entrar o no quisieran permanecer en ella».
Hermanos queridos, cuando les inviten a cambiar de religión, lean y mediten estos temas que, repito, he escrito sin ánimo de ofender, y sólo por esclarecer la verdad.
Católicos, ¡lean y mediten esto y no se cambien de religión!





jueves, 13 de octubre de 2011

¿QUISO JESÚS UNA SOLA IGLESIA?


Queridos hermanos:


No es raro escuchar de labios de algún católico: «Yo amo a Jesús pero no me importa la Iglesia». Creo que esta opinión, para muchos, es simplemente un pretexto para seguir viviendo como «católicos a su manera».
No hacen caso a la Iglesia, no van a la Misa, no quieren prepararse para recibir dignamente los sacramentos, no hay obediencia a la Jerarquía eclesiástica, sólo cuando les conviene se acercan a la Iglesia y dicen que siguen la religión «a su manera».


Otros, no sin dolor, van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero al margen de la Iglesia.
Ellos se separan de su Iglesia porque no ven una clara coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; sienten que el lenguaje y la vida de los católicos están alejados del Evangelio.


La Iglesia no es algo abstracto.
Somos nosotros, laicos y pastores, comunidad creyente, su rostro visible.
La Iglesia es humana y divina a la vez. Y sabiendo que esta Iglesia lleva en sus miembros las huellas del pecado, es necesario que nos preguntemos muy en serio:
¿Qué Iglesia confesamos, en qué Iglesia creemos, en qué Iglesia servimos?
La respuesta es clara: Pertenecemos a la Iglesia que Jesucristo soñó, la Iglesia que Jesucristo realmente quiso.
Todo lo que digo aquí no es un invento de hombres, es Cristo mismo el que nos lo enseñó.
Leamos con atención en la Biblia y meditemos juntos las enseñanzas sagradas acerca de Jesucristo y su Iglesia.


¿Qué nos enseña la Biblia?


En el Antiguo Testamento, Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente, sino que quiso hacer de ellos un pueblo.
De entre todas las razas Yavé Dios eligió a Israel como su Pueblo e hizo una alianza, o un pacto de amor, con este pueblo.


Le fue revelando su persona y su plan de salvación a lo largo de la Historia del Antiguo Testamento.
Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación a la alianza más nueva y más perfecta que iba a realizar en su Hijo Jesucristo.
Es decir, este pueblo israelita del Antiguo Testamento era la figura del nuevo Pueblo de Dios que Jesús iba a revelar y fundar: la Iglesia.


¿Cómo preparó Jesús su Iglesia?


1. Jesús comenzó con el anuncio del Reino de Dios. En su primera enseñanza el Señor proclamó: «Ha llegado el tiempo, y el Reino de Dios está cerca. Cambien de actitud y crean en el evangelio de salvación» (Mc. 1, 15).
Pero el pueblo de Israel rechazó a Jesús como Mesías y Salvador y no aceptó sus enseñanzas.
Por eso Jesús comenzó a formar un pequeño grupo de discípulos y mientras enseñaba a la multitud con ejemplos, a sus discípulos les explicó los misterios del Reino de Dios (Lc. 8, 10)


2. Entre los discípulos, el Señor escogió a Doce Apóstoles (enviados) con Pedro como cabeza. «Los Doce» serán las células fundamentales y las cabezas del nuevo pueblo de Israel ( Mc. 3, 13-19 y Mt 19, 28).
Para los judíos «doce» era un número que simbolizaba la totalidad del pueblo elegido (como las doce tribus de Israel).
Y el hecho de que haya Doce apóstoles anunció la reunión de todos los pueblos en el futuro nuevo Pueblo de Dios.
Jesús preparó a sus apóstoles con mucha dedicación: Los inició en el rito bautismal (Jn. 4, 2), en la predicación, en el combate contra el demonio y las enfermedades (Mc. 6, 7-13), les enseñó a preferir el servicio humilde y a no buscar los primeros puestos (Mc 9, 35), a no temer las persecuciones (Mt. 10), a reunirse para orar en común (Mt. 18, 19), a perdonarse mutuamente (Mt. 18, 21).
Y también preparó a sus apóstoles para hacer misiones dentro del pueblo de Israel (Mt. 10, 19). Después de la Resurrección de Jesús recibieron la orden de enseñar y bautizar a todas las naciones (Mt. 28, 19).


3. Entre los Doce, Pedro es quien recibió de Jesús la responsabilidad de «confirmar» a sus hermanos en la fe (Jn. 21, 15-17).
Además Jesús lo estableció como una roca de unidad: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán nada contra ella» (Mt. 16, 18).


A Pedro, «la roca» que garantizó la unidad de la Iglesia, Jesús le dio la responsabilidad de mayordomo sobre la Iglesia.
Es Pedro el que abre y cierra las puertas de la Ciudad celestial y él tiene también en sus manos los poderes disciplinares y doctrinales: «Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que tú prohíbes aquí en este mundo quedará prohibido también en el cielo, y lo que tú permitas en este mundo quedará permitido en el cielo».


A los Doce, Jesús les encargó la renovación de la Cena del Señor: «hagan esto en memoria mía» (Lc. 22, 19).
También les dio la responsabilidad de «atar y desatar», que se aplicará especialmente al juicio de las conciencias. (Mt. 18, 18). «Reciban el Espíritu Santo.
Si ustedes perdonan los pecados de alguien, éstos ya han sido perdonados; y si no los perdonan, quedan sin perdonar» (Jn. 20, 22-23).


4. Estos textos de los evangelios revelan ya la naturaleza de la Iglesia, cuyo creador y Señor es Jesucristo mismo.
Jesús dio claras indicaciones de una Iglesia organizada y visible, una Iglesia que será acá en la tierra signo del Reino de Dios.
Además Jesús quiso realmente su Iglesia construida sobre la roca, y quiso su presencia perpetua en su Iglesia por el ejercicio de los poderes de los Apóstoles y por la Eucaristía.
Y el poder del Infierno no podrá vencer a esta Iglesia.


La Iglesia nació en la Pascua y en Pentecostés


La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, es aquella por la que El murió. Con su muerte y resurrección en la Pascua, Jesús terminó la obra que el Padre le encargó en la tierra.
Pero el Señor no dejó huérfanos a los apóstoles (Jn. 14, 16), sino que les envió su Espíritu en el día de Pentecostés para reunir y santificar a estos hombres en un Pueblo de Dios (Jn. 20, 22).


Es en el día de Pentecostés cuando la Iglesia de Cristo se manifestó públicamente y comenzó la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación (Hch. 2).
Es la Iglesia la que convoca a todas las naciones en un nuevo Pueblo para hacer de ellas discípulos de Cristo (Mt. 28, 19-20).
(La palabra griega «ecclesía», que aparece en el N. T. 125 veces, significa en castellano «asamblea convocada» o «Iglesia»).
Quienes crean en Jesucristo y sean renacidos por la Palabra de Dios vivo (1 Ped. 1, 23) no de la carne, sino del agua y del Espíritu (Jn. 3, 5-6), pasan a constituir una raza elegida, un reino de sacerdotes, «una nación santa».


La Iglesia es el Cuerpo de Cristo


El Apóstol Pablo es el autor inspirado que más escudriñó el profundo misterio de la Iglesia. Cuando en aquel tiempo Saulo perseguía a la Iglesia, el mismo Señor se le apareció en el camino de Damasco.
Allí Saulo tuvo la revelación de una misteriosa identidad entre Cristo y la misma Iglesia: «Yo soy Jesús, el mismo a quien tú persigues» (Hch. 9, 5).
Y en sus cartas, Pablo sigue reflexionando sobre esta unión misteriosa entre Cristo y su Iglesia.
Sigamos ahora la meditación del apóstol Pablo sobre la Iglesia.
La realidad de la Iglesia como «el Cuerpo de Cristo» ilumina muy bien la relación íntima entre la Iglesia y Cristo.
La Iglesia no está solamente reunida en torno a Cristo; está siempre unida a Cristo, en su Cuerpo.
Hay cuatro aspectos de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo» que Pablo resalta específicamente.


1 «Un solo Cuerpo». La Iglesia para el Apóstol Pablo no es tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud y universalidad, un solo Cuerpo (Ef. 4, 13).
Es el lugar de reconciliación de los judíos y gentiles. (Col. 1, 18, 23).
El Espíritu Santo hace a los creyentes miembros del Cuerpo de Cristo mediante el bautismo: «Al ser bautizados, hemos venido a formar un sólo Cuerpo por medio de un sólo espíritu» (1 Cor 12, 13).
Además esta viva unión es mantenida por el pan eucarístico «Aunque somos muchos, todos comemos el mismo pan, que es uno solo; y por eso somos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17).


2. Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia» (Col. 1, 18). Dice el Apóstol Pablo: «Dios colocó todo bajo los pies de Cristo para que, estando más arriba de todo, fuera Cabeza de la Iglesia, la cual es su Cuerpo» (Ef. 1, 22).
Cristo es distinto de la Iglesia, pero El está unido a ella como a su Cabeza.
En efecto, Cristo es la Cabeza y nosotros somos los miembros; el hombre entero es El y nosotros. Cristo y la Iglesia es todo uno, por tanto, el «Cristo total» es Cristo y la Iglesia.


3. La Iglesia es la Esposa de Cristo.
La unidad de Cristo y su Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica para Pablo también una relación muy personal. Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por ella. (Ef. 5, 25).
Esta imagen arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo: «Los dos se harán una sola carne.
Gran misterio es éste, se lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef. 5, 31-32).


4. El Espíritu Santo es el principio de la acción vital en todas partes del cuerpo.
El Espíritu Santo actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo.
«Hay un solo cuerpo y un solo espíritu».
Y por Cristo todo el cuerpo está bien ajustado y ligado, en sí mismo por medio de la unión entre todas sus partes; y cuando una parte trabaja bien, todo va creciendo y desarrollándose con amor (Ef. 4, 4).
Los distintos dones del Espíritu Santo (dones jerárquicos y carismáticos) están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. (1 Cor. caps. 12 y 13).


Diversas imágenes bíblicas de la Iglesia


En el Nuevo Testamento encontramos distintas imágenes que describen el misterio de la Iglesia.
Muchas de estas figuras están ya insinuadas en los libros de los profetas, y son tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, como también de la familia y de los esponsales.
No podemos en esta carta analizar todas estas figuras que representan la Iglesia. Sería demasiado largo.
Solamente quiero referirme a las imágenes más importantes de la Iglesia con sus respectivos textos de la Biblia.
Es una buena oportunidad para que ustedes lean y mediten personalmente con la Biblia. En el N. T.
la Iglesia es presentada como: «aprisco o rebaño» (Jn. 10, 1-10), «campo y viña del Señor» (Mt. 21, 33-34 y Jn. 15, 1-5), «edificio y templo de Dios» (1 Cor 3, 9), «ciudad santa y Jerusalén Celestial» (Gál. 4, 26), «madre nuestra y esposa del Cordero» (Ap. 12, 17 y 19, 7).


Resumiendo
1. La Iglesia es creación de Dios, construcción de Cristo, animada y habitada por el Espíritu Santo (1 Cor. 3,16 y Ef. 2, 22).


2. La Iglesia está confiada a los hombres, apóstoles «escogidos por Jesús bajo la acción del Espíritu Santo (Hch. 1, 2).
Y los apóstoles confiaron la Iglesia a sus sucesores que, por imposición de las manos, recibieron el carisma de gobernar (1 Tim. 4, 14 y 2 Tim. 1, 6).


3. La Iglesia guiada por el Espíritu Santo (Jn. 16, 13) es «columna y soporte de la verdad» (1 Tim. 3, 15), capaz de guardar el depósito de las «sanas palabras recibidas» (2 Tim. 1, 13).
Es decir, de explicarlo sin error.


4. La Iglesia es constituida como Cuerpo de Cristo por medio del Evangelio (Ef. 3-10), nacida de un solo bautismo (Ef. 4, 5), alimentada con un solo pan (1 Cor. 10, 17), reunida en un solo Pueblo de hijos de un mismo Dios y Padre (Gál. 3, 28).
5. La Ley de la Iglesia es el «mandamiento Nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó» (Jn 13, 34).
Esta es la ley «nueva» del Espíritu Santo y la misión de la Iglesia es ser la sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13).


Después de esta breve reflexión bíblica acerca de la Iglesia de Cristo, no puedo comprender cómo un cristiano puede decir: «Creo en Jesucristo, pero no en la Iglesia».
Esta manera de hablar es simplemente mutilar el Mensaje de Cristo y refleja una gran ignorancia de la verdadera Fe cristiana.


La Iglesia es la continuación de Cristo en el mundo.
En ella se da la plenitud de los medios de salvación, entregados por Jesucristo a los hombres, mediante los apóstoles.
La Iglesia de Cristo es «la base y pilar de la verdad» (1 Ti. 3, 15); es el lugar donde se manifiesta la acción de Dios, en los signos sacramentales, para la llegada de su Reino a este mundo.
Así que aceptar a Cristo significa aceptar su Iglesia.
El «Cristo total» es Cristo y la Iglesia.
No se puede aceptar a Cristo y rechazar su Iglesia.
Dijo Jesús a sus Apóstoles y discípulos: «El que a ustedes recibe, a Mí me recibe.
Y el que me recibe a Mí, recibe al que me ha enviado.
Como el Padre me envió a Mí, así Yo los envío a ustedes».


Queridos amigos:


La verdadera Iglesia de Jesús se reconoce en la Iglesia Católica a la que nosotros tenemos la dicha de pertenecer.
Cierto que la Iglesia es a la vez santa y pecadora, porque está formada por seres humanos, pero es la única que entronca y conecta con los Apóstoles y con Cristo.
A nosotros corresponde crecer día a día en santidad para que brille en ella el rostro de la verdadera Iglesia de Cristo.
Y, siendo esto así, cometería un grave error quien la desconociera.
Así que no más cristianos «a mi manera», sino a la manera que Cristo dispuso.
Y Cristo quiso salvarnos en su Iglesia que es Una, Santa, Católica, y Apostólica.